Si pasan música nacional
no es que se hayan dado cuenta
que la cultura de un país
está en su gente
y yo sé que aquí hay polenta!
Miguel Mateos (Huevos)
Establece la Constitución Nacional, en su Artículo 100 que "El jefe de gabinete de ministros y los demás ministros secretarios cuyo número y competencia será establecida por una ley especial, tendrán a su cargo el despacho de los negocios de la Nación, y refrendarán y legalizarán los actos del presidente por medio de su firma, sin cuyo requisito carecen de eficacia". Y el Inciso 6 del mismo artículo atribuye al Jefe de Gabinete de Ministros la responsabilidad de "Enviar al Congreso los proyectos de ley de ministerios y de presupuesto nacional, previo tratamiento en acuerdo de gabinete y aprobación del Poder Ejecutivo".
Anteriormente a la reforma de 1994, la Constitución Nacional, a través del Artículo 87, fijaba en ocho el número de ministros, delegando en una ley especial las incumbencias de cada uno. Esa rigidez, que contribuía a mantener la burocracia estatal en un marco de racionalidad, fue rota por la autocrática constitución peronista de 1949, lo que le permitió a Perón tener un gabinete integrado por 21 ministros. La Revolución Libertadora, que abolió la constitución del 49, mantuvo 18 ministerios en la presidencia de Aramburu. Repuesta la Constitución Nacional de 1853 con sus sucesivas reformas los ministerios volvieron a ser 8 en los gobiernos electos. Pero, como el vicio de incrementar la burocracia ya estaba instalado, el número crecía durante los gobiernos de facto que se volvieron parte de la rutina institucional del país.
Menem en su última presidencia incorporó al Jefe de Gabinete, establecido por la reforma del 94, pero mantuvo ocho ministerios. Con De la Rúa los ministros llegaron a ser doce. Duhalde y Kirchner tuvieron 11 ministerios, y a lo largo de los dos períodos de Cristina Fernández subieron a 16, siendo el último que se incorporó a la grilla el Ministerio de Cultura, creado por el Decreto de Necesidad y Urgencia 641/2014 del 06 de Mayo de 2014.
Para entonces era palpable el kirchnerismo como proyecto totalitario y que Cristina Fernández, aunque siendo presidente de iure, gobernaba de facto intentando aunar la suma del poder público. En razón de ello interpuse un amparo judicial contra el decreto que creaba en forma inconstitucional el Ministerio de Cultura, que en rigor de verdad lo sería de propaganda. Desde luego sabía que se trataba de un amparo quijotesco y que, aún teniendo la razón evidenciada, los jueces harían eso que tan bien saben hacer: someterse al poder de turno.
En esa causa judicial dejé asentado que "en función del fallo que apelo, me declaro en libertad de acción para ejercer mi derecho de resistencia contra la opresión (Artículo 36 de la Constitución Nacional)".
Afortunadamente la reacción cívica contra el totalitarismo hizo que el régimen cayera por las urnas. Fue una gran alegría; pero pronto empezaría la lluvia de sapos y se entenderá, entonces, que recibiera la veintena de ministerios establecidos por Mauricio Macri como una patada al hígado, porque convalidaba y agravaba lo hecho por Fernández. Fue otra muy mala señal después de haber asumido bailando.
Se necesitaron casi tres años para que el Presidente Macri redujera el número de ministerios. Y ello como modo de corregir su propio error, sin avanzar mayormente sobre la herencia recibida ni dar indicios de la fuerte reducción y profunda reforma funcional que, por la viabilidad del país, requiere aplicarse a la estructura del Estado. No obstante, sin desconocer que la medida peca de cosmética, me permito celebrar que haya dejado de existir aquel ministerio al que me opuse activamente.
También me complace que proteste Pacho O'Donnell, diciendo a Patricia Kolesnicov que: "La Secretaría de Cultura no se puede gestionar dependiendo del Ministerio de Educación", en la nota de Clarín ilustrada con la siguiente foto que lo desmiente, porque es en sí misma una advertencia sobre lo superfluo:
Por supuesto, Página/Bolche lamentó que "poco más de cuatro años duró el sueño del ministerio de cultura". Era lógica y esperable la pena de los escribas de Verbitsky porque ese sueño era lo que explica esta foto con el representante de la dictadura cubana en Argentina Orestes Pérez y la entonces ministro de cultura Teresa Parodi: la claudicación cultural ante la tiranía castrista.
Un Estado presente no significa un Estado que se meta en todo. El Estado debe limitarse ante la autonomía de los individuos, ya que garantizar la misma es su principal función. Por ende su rol respecto de la cultura debe ser subsidiario, conservador -no vanguardista- y acotado a la protección del patrimonio histórico y cultural de la Nación Argentina. Sin pretender trasmitir otros valores que aquellos que hacen a la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Un liberal que no habla de economía.
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