Se ha querido imponer que las condenas a quienes combatieron contra el terrorismo castrista buscan Justicia. No es cierto: siempre fue por venganza y dinero. Por dinero pusieron precio a la sangre de sus muertos. Por dinero demostraron ser capaces de matar a su madre (literal), o sacarle los ojos al hermano. Incluso si había ideología, la pasaron a valores...
No fueron 30.000, ni eran inocentes, fue guerra y es estafa con los desaparecidos.
En esta coyuntura política creo conviente que tengamos claras las muchas razones por las que los liberales debemos reclamar la liberación de los presos del prevaricato.
Por supuesto, no hay manera que un liberal no repudie la corrupción del Poder Judicial. Sin jueces honorables la República es una ficción y la Justicia una farsa. Ningún país con mayoría de jueces probos y eficientes llega a exhibir el grado de daño institucional, degradación cultural y miseria intelectual que alcanzó la Argentina en lo que va del siglo.
Ningún liberal puede avalar con su silencio la existencia del prevaricato y de jueces prevaricadores, en ninguna circunstancia. Y mucho menos en las circunstancias de nuestro país, sometido a la desmemoria por el falseamiento orwelliano de la historia que con el uso faccioso de los recursos del Estado implementó el kirchnerismo.
La posición liberal sobre el golpe del 24MAR76 la sentó el Ingeniero Álvaro Alsogaray cuando días antes del golpe publicó su rechazo a que se ejecute.
Alsogaray no fue oído entonces, ni por el resto de los políticos, ni por los mandos militares, ni por la abrumadora mayoría de los argentinos. Por lo que, lamentablemente, el golpe se perpetró con todas los consecuencias negativas sobre las que advirtió en su publicación.
Así que el ansiado golpe tuvo lugar y la población suspiró ilusionada porque al fin los militares se hacían cargo del desmadre. No fue un día de miedo, sino de alivio.
Regía en nuestro país desde 1930 la doctrina y jurisprudencia de los gobierno de facto, que ante el hecho consumado de la caída de un gobierno de iure, legitimaba los actos del nuevo gobierno en función de la continuidad histórica del Estado, la revolución triunfante, etc.
Por ello y otras razones propias de vivir la época, los argentinos de entonces aceptaron, naturalmente, que el gobierno fuera ejercido por la Junta Militar.
Y aunque hoy quieran presentarla como una "época oscura" de tinieblas y miedo, acá la vida siguió normalmente.
Recuerdo que en esos días, estando en quinto grado de primaria, nos divertíamos camino a la escuela o en los recreos imitando la voz del locutor que había anunciado formalmente el golpe dando lectura al "comunicado número uno". Todavía hoy imposto la voz y lo evoco jocosamente cuando en alguna cuestión percibo intransigencia. La última vez que lo hice fue cuando la esposa de un amigo le puso los puntos con alguna cuestión trivial en pleno asado de amigos. Todos reímos y yo ligue el certero revoleo de un naranjazo por parte de la dama.
Más allá de recuerdos peronsales, los comercios siguieron abiertos, la gente iba a trabajar, de compras, a estudiar, a bailar los fines de semana, al cine (Lavalle era aún la calle de los cines), etc.
La única excepción a la normalidad la padecían terroristas y afines, de quienes la sociedad estaba harta. Muy harta, con ganas de que los maten todos.
Más allá de saberse al Proceso de Reorganización Nacional un gobierno de facto, nadie dudaba de la legalidad en las acciones cotidianas.
Pagar impuestos, presentarse al servicio militar, acatar fallos judiciales, todos los indicadores de autoridad siguieron igual.
Cada tanto se conocía que algún terrorista, del ERP o Montoneros había sido neutralizado. Y si surgían dudas del porqué no hay al respecto frase más reveladora de la autoridad concedida al gobierno de facto que la que repetía el 99% de los argentinos: "Por algo habrá sido". Salvo casos muy puntuales, siempre era por algo.
¿Que nos indica lo hasta aquí expuesto? Pues que si para la población civil el gobierno de facto representaba la ley y el orden, no podía serlo menos para los jóvenes oficiales, suboficiales y soldados que cumplian las órdenes de los altos mandos militares viviendo inmersos en la disciplina de la subordinación castrense.
En consecuencia, si juzgando hechos de más de 40 años atrás se pretende que cabos y subtenientes pudieran y debieran reconocer mientras ocurrían las acciones qué órdenes eran ilegales y los condenan porque "no podían no saber", pues debería encarcelarse a toda la población.
De algún modo el kirchnerismo logró encarcelar a casi todos con excusa de pandemia durante su infeKtadura (cercenando más libertades que la dictadura militar); y eso nos deja una clara impresión de cómo sería cumplir la hipotética condena. Fuimos un país de presos; y no durante la dictadura militar, sino durante la última dictadura.
Pero vamos a pasar de largo eso. Va por otro lado.
El punto es que si cabos o subtenientes veinteañeros son condenados porque "no podían no saber", pues tampoco podían no saber aquellos que como Eugenio Zaffaroni conferían ilusión de legalidad al Proceso oficiando como jueces tras jurar por sus estatutos.
¿Cómo podría entonces un joven militar suponer la ilegalidad del gobierno si abogados como Zaffaroni lo legitimaban al jurar por sus estatutos y ejerciendo autoridad en nombre del Estado que dirigía la Junta Militar?
Cito el caso de Zaffaroni porque gran parte del prevaricato sistematizado desde 2003 en los llamados "juicio de lesa" sigue los líneamientos de su hipócrita doctrina, que siempre del lado de la delincuencia, hace víctimas de los victimarios y victimarios de las víctimas.
Zaffaroni no está preso, ni siquiera fue destituido mientras fue juez como debió serlo por dictar fallos que son lisa y llanamente aberraciones tanto jurídicas como morales. Goza de su jubilación y libertad, como no pueden hacerlo esos jóvenes que ayer fueron cabos y subtenientes al servicio de la Nación Argentina.
No podemos resignarnos a que la cría de Zaffaroni, como una infestación de ratas, en complicidad con los que ponen precio a la sangre de sus muertos para cobrar del Estado estando a uno y otro lado del mostrador, sigan privando a la República de un Poder Judicial honorable.
Entender, al fin de cuentas, que ningún argentino debe sentir pena por habernos defendido de la agresión terrorista, manteniendo la voluntad de ser y prevalecer de la Nación Argentina.
Libertad a los presos del prevaricato.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.