Con dos infames décadas de kirchnerismo mediante, los 40 años de intento democrático fallido destrozaron la cultura cívica del país que quisimos recuperar desde 1983. De ahí que pretender modales suizos en nuestros políticos y en nosotros mismos es un chiste que se cuenta solo. Lo que hay es lo que se ve.
Nadie con un mínimo de decencia está contento con este escenario político. Pero estamos también muy curtidos para no entender que así se dan las cosas en Argentina, bien definida por Gerardo "Tato" Young como "el país más loco del mundo".
Somos esto, lamentablemente, y la disyuntiva que plantea la instancia crucial y definitoria del balotaje es si queremos seguir siendo esto o aspiramos a ser algo mejor.
En un país normal, donde el poder alterna entre fuerzas que respetan la Constitución, con acuerdos en políticas de Estado y consenso republicano, abstenerse en un balotaje por diferencias de matices es razonable. Porque allí, donde impera la racionalidad política, los vaivenes de un cambio de gobierno son leves, matices que no afectan día a día y de forma violenta la vida de cada quien. Un poco más a la izquierda, un poco más a la Derecha, pero a nadie se le ocurre refundir y refundar el país a cada rato. Nadie se cree dueño del Estado, mucho menos de la vida y bienes de los ciudadanos.
Ese no es el caso argentino. Acá los que gobiernan no respetan la Constitución Nacional, a tal punto no la respetan que en 1994 la reformaron y no son capaces de cumplir con la letra que ellos escribieron. Así, por ejemplo, hace ya bastante más de una década que el órgano constitucional Defensor del Pueblo de la Nación, incorporado por la reforma surgida del espurio Pacto de Olivos, se encuentra acéfalo y por lo tanto reducido a la inutilidad de otra estructura burocrática que no cumple ninguna función. O sea: se derogó de facto el Artículo 86 de la Constitución Nacional, ante la total indiferencia de un pueblo embrutecido.
Consecuentemente, al no haber convicción para alcanzar y sostener el estilo de vida propuesto por la Constitución Nacional, tampoco hay políticas de Estado consensuadas entre los distintos espacios políticos, algo que debería surgir como corolario natural de la identidad nacional y causa constitucional compartida.
Por eso nuestros cambios de gobierno son dramáticos. No pueden ser contemplados con la tranquila certeza y hasta comodidad de los países civilizados. Lo sabemos nosotros y lo saben los actores externos que tienen bien claro que en Argentina "confianza a largo plazo" significa cuatro años.
En este marco de daño institucional y degradación cultural hasta la miseria intelectual, los ciudadanos argentinos llegamos a la instancia de tener que elegir entre el inmoral régimen kirchnerista con Sergio Massa, la moral republicana con Javier Milei o la abstención amoral de los hipócritas.
La inmoralidad del kirchnerismo chorrea y mancha a cada paso, es un proyecto totalitario de corrupción estructural liderado por una corrupta condenada por defraudación al Estado. Y al respecto es sumamente clara esta certera observación de Karina Mariani:
"¿Qué posibilidades tiene Milei de colonizar los 3 poderes y perpetuarse como Maduro? NINGUNA. ¿Qué posibilidades tiene Massa de colonizar los 3 poderes y que a tus nietos los gobierne, desde Catar, Tomasito? TODAS. ¿SE ENTIENDE?".
Frente a esa inmoralidad obscena del kirchnerismo la propuesta de Javier Milei, con todo lo que puede criticarse en él, tiene un profundo sentido moral. Y el contraste es tan absoluto que puede ponerse en cifras:
Durante la campaña electoral La Libertad Avanza dispuso para respaldar la candidatura de Javier Milei el austero monto de 455 millones de pesos, mucho menos que lo dispuesto por Juntos por el Cambio en la campaña de Patricia Bullrich y nada en comparación a lo gastado y malversado por el kirchnerismo en respaldo de la campaña de Sergio Massa.
Ocurre que Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, dispuso de gastos por 1.253 millones de pesos, mientras que el presidente de facto, ministro de economía y candidato presidencial kirchnerista dispuso específicamente de 926 millones de pesos, con la escandalosa salvedad que para desplegar su "plan soborno electoral" (también llamado "plan platota") al gasto primario de septiembre lo aumentó nueve veces, por lo que el rojo de 37.000 millones de pesos en agosto, pasó a ser 380.000 millones de pesos en septiembre, según análisis de Ecolatina. Y ninguna baja del gasto, ninguna.
Todo en el escenario político argentino contrasta la inmoralidad política, económica y social del kirchnerismo, inmoralidad cierta, irrefutable e inmodificable, con la esperanza moral de un proyecto encuadrado en la Constitución Nacional y sus valores liberales.
"Robar está mal" es un concepto que el kirchnerismo repele visceralmente. Porque el kirchnerismo roba, descaradamente, con el mismo descaro con el que hacen fraude o sus dirigentes exhiben lujos propios de ese capitalismo al que atribuyen la pobreza que no dejan de profundizar.
Y entre la opción inmoral y la moral, surge la amoralidad de los que se declaran prescindentes. Muy curiosamente esos amorales son los mismos que haciendo alarde de antikirchnerismo decían que Milei era un invento de Massa, pero ahora cuando Milei es quien puede sacar del poder a Massa y poner fin al régimen kirchnerista, revelan preferir a Massa antes que a Milei. Sugestivamente les da igual...
En rigor de verdad, nada nuevo bajo el sol de la Patria. Consuetudinarios colaboracionistas del régimen kirchnerista, radicales como Gerardo Morales traicionaron y traicionan los ideales republicanos de Leandro N. Alem, Marcelo Torcuato de Alvear y Ricardo Balbín.
La progresía en su conjunto, con Lilita Carrió a la cabeza, siempre ha sido funcional al régimen encarnando una oposición ficticia, que comulga de pleno con la cultura subvertida por el régimen y se siente cómoda en el rol de fiscal parloteador. Cada tanto una denuncia, en el mejor de los casos una condena con la que sacar chapa, la pose moral y no más que eso. Cada vez que existe chance de voltear al régimen corren en su auxilio.
Es necesario no tener moral, ser amoral, para ante la disyuntiva real de seguir desgastando a la República o intentar recomponerla, jugar al distraído. Hay que ser amoral, lo que es todavía peor que ser inmoral, para que de lo mismo que el kirchnerismo se perpetúe.
Y si no los preocupa la continuidad del régimen kirchnerista, deberán al menos tener la vergüenza de no volver a criticar jamás al kirchnerismo, pues ya no conservan ninguna autoridad moral para hacerlo.
Es comprensible, que en el marco de una campaña extremadamente virulenta, donde el cruce de agravios tanto entre Bullrich y Milei como entre sus respectivos partidarios fue innecesariamente brutal, quede gente consternada y dolida a quienes les es difícil tomar la decisión de apoyar a Milei como con gran generosidad hizo la propia Patricia Bullrich.
Pero más allá de las heridas de campaña, no cabe ser obtuso para caer en la amoralidad de los prescindentes, porque entonces se le hace el juego a Massa, que con alguna de sus caras de amianto critica el pacto entre Bullrich y Milei diciendo: “A la gente le genera confusión por las contradicciones”.
Como si el "honesto" Sergio no tuviera en su trayectoria más que contradicciones. Justo él, que no iba a volver al kirchnerismo y además iba a barrer a todos los ñoquis de La Cámpora, y que volvió al kirchnerismo tanto para garantizar la impunidad de Cristina Fernández y Máximo Kirchner como para asegurar que los parásitos camporistas queden enquistados en el Estado.
Ese tipo de chicanas, que sólo pueden darse en un contexto de país abombado bajo un largo proceso de desmemoria orwelliana, son las que deben servir para abrir los ojos cerrados por la bronca del momento. Si las pasamos por alto significa que nos gusta que nos tomen por boludos.
Viviana Canosa, se preguntaba ayer: ¿cómo votar a Milei después de todo lo que se dijo durante la campaña?
Creo, como cierre de todo lo aquí expuesto, que la respuesta es bastante simple: anteponiendo como hizo Patricia Bullrich el superior interés de la Patria a las salvajadas (recíprocas) que se cruzaron en la campaña.
Ninguno de los candidatos debió olvidar que iba a llegar un "día después" donde, ya para ganar una segunda vuelta, ya para gobernar, cualquiera de los dos espacios necesita del otro.
Si todos los que, de verdad, a conciencia, nos identificamos con el estilo de vida propuesto por la Constitución Nacional aprendemos esa lección, entonces la República todavía puede ser salvada.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.