Sé que muchos creen de buena fe que hay que bajar la edad de imputación y condenar menores que delinquen como si fueran adultos.
Yo no lo creo.
Para los menores hay que contemplar un régimen diferenciado, ni puerta giratoria ni condena de adultos.
Los jueces son los principales responsables de la reincidencia de menores porque han hecho práctica usual la liberación cuasi automática y devolverlos al entorno familiar / social que los alienta a delinquir.
Esos jueces incurren en prevaricato y se lavan las manos con la complicidad de la política. Si por cada menor con un historial delictivo que siendo liberado comete un homicidio hubiera un juez destituido, hace tiempo que los jueces no se tomarián a la ligera el resguardo de los menores. Porque no hay que olvidar que los jueces tienen, como siempre tuvieron, atribuciones suficientes para disponer el resguardo de menores en riesgo. La ley no les obliga a la liberación inmediata ni devolverlos al mismo entorno que los alienta a delinquir.
La adolescencia es una etapa particulamente difícil porque es la que se atraviesa con mayor cantidad de incógnitas a resolver y básicamente consiste en tomar conciencia. Ni más ni menos. Asunto complicado, por cierto, ir de las fantasías de la niñez a las responsabilidades del adulto. Esa complicación evidente hace suponer que existe una relación estrecha entre adolecer y adolescente aunque no tengan un orígen etimológico común. Y es que más allá de ser palabras parecidas, sus respectivos significados de origen: doler y crecer, se complementan. Transitar la adolescencia no solamente es crecer, es también afrontar el dolor de crecer. Que según las circunstancias de cada quien, siempre distintas, podrá doler en menor o mayor medida, pero en ningún caso la adolescencia es indolora.
Cuando un menor comete delitos graves algunas veces obra por estupidez, porque aun no creció, no está formado, pero muchas más veces y es lo que debe preocuparnos, es porque aprovechándose de sus vulnerabilidades, todo aquello que le falta para formarse, hay adultos que los usan.
El caso del menor que en Rosario asesinó a Bruno Bussanich en una estación de servicio, es un claro ejemplo de ello. Obviamente es usado por adultos. Y esos adultos no deberían ver nunca más la luz del sol: son irrecuperables. Completamente irrecuperables.
Por regla general creo que los menores son recuperables. Por supuesto no ignoro que hay quienes siendo menores delinquen con la misma convicción de un adulto, cosa que también debe contemplar el régimen diferenciado.
Luego hay quienes dicen, con lógica, que si los menores pueden votar o decidir por sí abortar también deben poder ser condenados como adultos.
Mi posición es que no deberían votar ni tampoco decidir abortar por sí: son menores. No deben ser usados ni por delincuentes ni por políticos.
Por supuesto no estoy proponiendo que los menores deban ser impunes, deben ser juzgados con un régimen diferenciado y conforme a la gravedad del delito no ser liberados mientras sean un peligro real para sí mismos o los demás.
Décadas de decadencia causando daño institucional y degradación cultural han generado un impulso de miseria intelectual por el que muchos braman enardecidos proponiendo ante cada problema otro parche legal, como los tantos ya zurcidos a nuestra legislación, esperando una solución instantánea. Pero no hay soluciones mágicas cuando durante décadas se consolidó una democracia de muy baja calidad. Hay así quienes creen que se puede importar a la Argentina, como una franquicia de seguridad, el modelo con el que el Presidente Bukele supo responder a la particular situación de El Salvador. El mismo Bukele ha desaconsejado ese camino, porque entiende que Argentina es otro cuadro de inseguridad.
Sostengo que la Seguridad Interior debe ser entendida como una cuestión cultural, lo que entre otras cosas significa que desde 1983 a hoy Argentina se empantanó en su adolescencia en lugar de completar el tránsito, como se suponía, a su edad adulta. ¿Y cómo es que el país prolonga su adolescencia? Inventándose un trauma del que se niega a salir: la falsa culpa de un genocidio inexistente. Y otra vez lo digo: un país que condena con saña a sus defensores entrega su futuro al enemigo. Ese futuro ya llegó, hace rato.
Suponer que seguir poniendo parches sobre parches va a confeccionar un traje y no un disfraz de payaso es fruto de esa adolescencia de país retardado que padece la Argentina.
Reaccionar con un espasmo para cada noticia hiere al fin la noción de Justicia, la turba irracional y temerosa quiere linchamientos. Y en este punto es donde el Estado debe ser el comisario del western que, colt a la cintura y winchester en mano, impide que alcohol mediante ahorquen al detenido frente al saloon del pueblo.
Nadie se confunda al leer. Yo no me opongo a la pena de muerte, me opongo a la barbarie. La civilización es la elección moral del camino difícil y aunque muchos se ogusquen, voy a dar un ejemplo de lo duro que puede ser construir civilización.
Supongamos que un menor me mata, por supuesto no debe quedar impune, pero mientras la barbarie solucionaría el asunto muy fácilmente, ya sea no haciendo nada o poniéndole fin a su vida, dos formas bárbaras de rematar a la víctima, la civilización busca evitar que la víctima muera dos veces. Porque si además de morir yo el mocoso en cuestión va a ser ejecutado, no se estaría honrando mi vida. El modo de honrar mi vida sería lograr que mi asesino crezca y se convierta en algo honesto y útil. No espero que todos lo entiendan. Sé que es difícil. También sé que hay cosas a las que una sociedad organizada no puede renunciar resignándose al fracaso.
El punto es que suponer que todo sea igual para encarcelar es tan fácil como el zaffaronismo, que pretende sea todo igual para excarcelar. Salvo con los militares, claro, que por razones de la propia ideología a la que sirve el zaffaronismo vienen a ser para ese sistema la excepción que confirma la regla.
El sentido común y la planificación profesional de la Seguridad Interior no va por la fácil.
Los chivos expiatorios son el alimento de las sociedades cobardes. Quiero creer que los argentinos seguimos teniendo el alma de aquel Pueblo de Mayo, que hizo de sus convicciones y valentía la razón de su orgullo.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.