Las guerras civiles se han sucedido a lo largo de la historia por distintos motivos. Una de sus razones es la existencia y puja, en el seno de un mismo Estado, de dos estilos de vida incompatibles.
Clásico ejemplo de ello son la Guerra de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865) y la Guerra Civil Española (1936-1939).
Especialmente en la primera de ellas la disputa entre dos sistemas se definió en forma tajante, dando a todo el país la impronta dominante en la Libertad del norte industrial por sobre el sur agrícola y esclavista. Dicho esto, compréndase que aquella cultura derrotada no colapsó completamente sino que se fue deshaciendo en el tiempo, en forma lenta pero irreversible.
Argentina, en cambio, ha tenido desde su Independencia una continuada guerra civil fragmentaria e intermitente de resultados no categóricos. Nuestra propia Constitución Nacional, secesión de Buenos Aires mediante 1853-1860, significó un acuerdo intentando fusionar ideas de unidad y federalismo. Esa parte de nuestra historia, con ese final negociado, demuestra quizá que la discusión siempre pudo resolverse en términos pacíficos desde que en rigor de verdad no había verdadera oposición entre dos estilos de vida incompatibles. Y ello, a pesar de la famosa frase de San Martín sobre la necesidad de hacer desaparecer uno de los bandos en pugna.
A lo largo del Siglo XX nuestro país fue escenario de escaramuzas, combates y distintos escenarios de guerra, nunca asumidos abiertamente como una guerra civil desde la pretensión de no dejar vencedores ni vencidos. Incluso durante los años de plomo, con el país bajo ataque de las organizaciones terroristas dirigidas desde Cuba por la tiranía castrista, se intentó desconocer lo que esa intervención extranjera en asuntos argentinos tenía de guerra civil; por lo que posteriormente se llegó a juzgar actos de guerra como actos delictivos, extrañados de su contexto real y de las garantías del debido proceso penal que impone nuestra Constitución Nacional.
El Siglo XXI se inició con la crisis que dejó a la República Argentina bajo 12 años de régimen kirchnerista, intentando y logrando socavar tanto la vigencia de la Constitución Nacional como el estilo de vida propiciado por ella.
Bajo ese gobierno comunista, malamente disfrazado de peronista, se empezó a cavar una larga trinchera en la Argentina (algunos prefieren llamarla grieta) entre dos estilos de vida totalmente incompatibles, que implican un profundo abismo moral a la hora de diferenciar el bien del mal.
Tenemos así, de un lado, a quienes desean vivir de su trabajo, porque creyendo en valores tradicionales de Patria y Libertad conservan el sentido de la honestidad que aborrece el robo. Y enfrente, a otros que exacerbados por los doce años de adoctrinamiento y control social del régimen kirchnerista, sosteniendo todas las banderas de la izquierda que configuran el Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, creen que robar está bien y pretenden vivir a expensas de los honestos.
Cuando no hay acuerdo posible para distinguir en conjunto el bien del mal, ¿qué sentido tendría la negociación entre partes? No sería aceptable negociar una moderación al afán de robo, porque cualquier acuerdo sería aceptar la sumisión de los buenos a los malos. Y los malos, se sabe, son insaciables... van por todo y prometen vengarse. Como ya lo han dicho.
Esa es la disyuntiva que tiene hoy por delante la Argentina, lo que en trazos generales abre tres opciones:
1) Nos sometemos a ser esclavos, por miedo a irritar a los rojos, mientras cabizbajos repetimos sus mentiras, empezando por esa de los 30.000 desaparecidos, dejando que se salgan con la suya.
2) Los enfrentamos en el terreno político, desde la convicción republicana y constitucional que, a fuerza de provocar grandes tensiones sociales imponga el orden, sin amedrentarse por ninguna amenaza o reacción de su parte.
3) Dirimimos la cuestión a los tiros, en una abierta y franca guerra civil.
Entiéndase que este breve artículo es fiel al título, simplemente un esbozo de reflexión sobre la guerra civil como una hipótesis posible, por lo que lejos de ser concluyente es un inicio de debate; apenas un señalamiento del grave problema que tenemos los argentinos. Desde luego, sería más fácil censurar estos pensamientos, como tantos hacen, pero en la cobardía del silencio se abre el camino a los peores escenarios. No por evitar hablar se evitan los males. Mucho menos cuando hay fulanos que intentan amedrentarnos con provocar supuestos ríos de sangre o ser "el doble de hijos de puta", mientras se manifiestan alineados con Maduro. Así las cosas, es un deber de honestidad intelectual ofrecer la debida advertencia para que nadie juegue al distraído.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.