domingo, 10 de abril de 2022

JULIO CÉSAR Y EL JUEGO DEL PAYASO MALO



Podría comenzar escribiendo "dice la leyenda", pero no sé si corresponde atribuir a lo legendario lo que creo haber leído en una revista de historietas y que, acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", haya surgido de la pluma de mi admirado Robin Wood.

Pero, ¡qué diablos! si fuera un guión de Robin Wood necesariamente es leyenda, así que:

Dice la leyenda que antes de entrar victorioso en Roma, Julio César incursionó de incógnito para confirmar si los romanos opinaban de él lo que afirmaban sus informantes. 

Se vistió entonces con prendas sencillas, pero para completar su cobertura y pasar desapercibido hizo que dos bellas y llamativas mujeres caminaran delante de él. Nadie reparó en la presencia de Julio César, ya que ellas concentraban todas las miradas, de modo que pudo ver y escuchar por sí lo que Roma sentía y pensaba. Sabía que aunque lo pareciera su triunfo no estaba asegurado, porque Roma siempre sería Roma. Y eso, a pesar de saberse dueño del poder militar y la ventaja política. 

Recuerdo ese suceso sin importar sea real o imaginado, porque a veces ocurre que algunos personajes creen haber cruzado el Rubicón y se sienten Julio César con la suerte echada y el triunfo asegurado. Nadie lo tiene, como el César siempre lo supo.

Cuando todo el mundo corre espantado, se puede correr o averiguar si la causa del espanto justifica correr. Cuando un político despierta euforia, se puede ser parte del show gozando el momento o preguntarse si esa euforia está justificada. 

Porque hay que tener cuidado con el juego del payaso malo, ese que guardando un alfiler capta la atención de los niños inflando un gran globo y se los obsequia con el único propósito de pincharles ruidosamente la ilusión. Sabemos que en este circo hay muchos payasos malos...

Julio César, un gran estratega, tenía muchas cosas en claro pero también debilidades humanas, por lo que en algún punto el poder logró volverlo imprudente, como le suele pasar a los que en el convencimiento de tener una estrella propia se dejan marear por la altura de su ego. Aquellas palabras finales dirigidas a Bruto, su asesino: "¿Tú también, hijo mío?", nos revelan una verdad de puño, o de puñal: el poder es una ilusión.

Dejo a quien lea poner el nombre que adrede omito, pero ese globo está creciendo tanto que el agasajado debería tomar la precaución de fijarse si quien lo está inflando es el aire de la República o una banda de payasos malos, o acaso, hermosa palabra la palabra "acaso" (me encanta repetir esa frase"), algún específico payaso malo que bien podría llamarse Bruto, por lo traidor.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.

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