jueves, 16 de septiembre de 2021

LA MIERDA QUE NOS TIENE A MALTRAER



Quiero contarles una bella historia para explicar que aunque inexorablemente Noviembre llegará después de Octubre, ese tiempo puede percibirse como mucho más largo, casi inalcanzable.

La experiencia que voy a compartir con ustedes, puede ser definida como mística, reveladora, alucinógena y psicodélica.

Tenía yo veintitantos años y vivía en un departamento de dos ambientes con el baño estratégicamente ubicado a un lado del pasillo entre los dos ambientes, dormitorio y living, es decir siempre cerca.

Por causas que no recuerdo, quizás alguna fondue de quesos, mi sistema digestivo había quedado  detenido y el tránsito intestinal asemejaba un congestionamiento en Panamericana y General Paz. 

Para remediar esa situación, que ya llevaba varios días, decidí tomar una purga. Algo que nunca antes había hecho. Recuerdo perfectamente el sonido de la efervescencia en el preparado y el agradable gusto a limón del brebaje acariciándome el paladar. 

Las instrucciones decían que era de efecto rápido, casi instantáneo, así que lo tomé en el baño y esperé sentado. Pero luego de quince minutos la única sensación que tenía era la de haber tomado una refrescante limonada. Como los minutos pasaban asumí que no me había hecho efecto y fui a sentarme al living en el robusto sillón de algarrobo ubicado a un costado del televisor y a dos pasos del pasillo. 

La ubicación de los elementos es importante para relacionar distancia y tiempo. Ese sillón estaba exactamente emplazado a siete pasos del inodoro. Tranquilos, alerta de spoiler, esta no es una historia escatológica, nadie se va a cagar encima. 

El punto es que haciendo zapping me quedé viendo una buena película, que si mal no recuerdo era "El experimento Filadelfia". Me olvidé así, concentrado en la trama del filme, del laxante que había ingerido.

Y acaso, hermosa palabra la palabra acaso, fue esa relajación de cuerpo y espíritu, la que proporcionó a los químicos de la fórmula medicinal el ambiente ideal para despegar de los intestinos todo aquello que estaba compactado, adherido y detenido desde hacía varios días.

La primera advertencia fue un estremeciemiento repentino, inmediatamente el frío que recorrió toda mi columna y aun antes de sentir cada centímetro de la piel erizada un sudor gélido comenzó a caer por mi frente. 

Fue entonces cuando toda mi percepción de la realidad cambió, como si Las Vacas Sagradas estuvieran tocando música a go-gó, mi entorno se volvió completamente elástico. 

Giré la cabeza buscando ver la puerta del baño para encaminar mis pasos, y juro que en ese preciso instante el pasillo comenzó a estirarse asemejando unos de esos largos y solitarios pasillos de grandes hospitales, llevándose la entrada al alivio (¡qué calidad literaria para decir biorsi!) cada vez más lejos. 

Y el piso se movía mientras el techo subía o bajaba conforme el ardor de mis entrañas se arremolinaba en severos retorcijones. Era tal mi confusión que temí fuera a quedar, al igual que ocurría en la película que estaba viendo, más que atrapado, fusionado, entre los ladrillos del departamento. 

Les dije que había exactos siete pasos al trono de las urgencias, una distancia que se recorre en dos segundos. Pues no. Yo sé, desde mi racionalidad, que dí esos siete pasos y llegué a sentarme en cuestión de segundos. Pero eso lo entendí después y lo sé ahora, en ese momento creí haber corrido 700 metros en dos horas y media de atribulado mareo rebotando contra paredes, techo y piso. Era un marino en un maremoto. Un astronauta en una lluvia de meteoritos. Un argentino tratando de pagar hasta el último  impuesto. 

Y una vez que empezó a pasar aquello que no pasaba, la confusión seguía y seguía porque el alivio y el dolor se turnaban como el policía bueno y el malo en la sala de interrogaorios. 

Al fin, todo pasó, las paredes volvieron a su lugar, el techo a su altura, cada cosa estaba donde debía estar y tal vez haya sollozado tiernamente por seguir con vida.

Me han golpeado, me han atacado con cuchillos, me han disparado, me han operado, he tenido alguna horrible experiencia con el dentista en que la anestesia no hacía efecto a mitad de una extracción, he pasado por lugares a los que nadie en su sano juicio quisiera volver, me han partido un ladrillazo en la nuca, pero aun así prefiero volver a pasar por cualquiera de esas cosas que repetir aquella pesadilla de casa embrujada. 

Tal vez por eso, soy muy precavido en ponerme límites a la hora de comer quesos.

Todo esto para explicar que entre las PASO y las elecciones de Noviembre hay mucho más que un par de meses, serán como años de convulsiones y retorcijones antes de sacarnos de encima la mierda que nos tiene a maltraer.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.

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