jueves, 28 de mayo de 2020

CARTA DE UN DESOBEDIENTE CIVIL A UN UNIFORMADO

                                                                                         

                                   
28 de Mayo de 2020.-


COMPATRIOTA DE UNIFORME


En los próximos días es posible que se intensifique la desobediencia civil frente al inconstitucional estado de sitio de facto dispuesto por el gobierno bajo excusa de pandemia. Eso podría significar en las calles situaciones de tensión por el aparente conflicto entre ciudadanos: civiles e integrantes de las fuerzas del orden. 

Si bien la tensión es inevitable, los civiles que salimos a las calles a exigir que el gobierno y el resto de la casta política se someta a la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional no somos irracionales, ni violentos. Ejercemos una rebeldía responsable, que surge de haber meditado sobre el significado de la vida y su valor jurídico. Compartimos los mismos valores y principios que ustedes, valoramos su rol en la sociedad y los apreciamos desde su vocación y trabajo. 

A nosotros, como a ustedes, no nos representa un gobierno que incumple la Constitución Nacional. 

Nosotros, igual que ustedes, sentimos que es una afrenta a cada uniformado (otra de tantas) tener por secretario de derechos humanos de la Nación a Horacio Pietragalla, el violento agresor de un policía jujeño.


Nuestra desobediencia civil no se manifiesta rompiendo bienes públicos ni arrojando piedras contra la policía. No somos la izquierda que compite con el kirchnerismo por ver quien odia más a los uniformados. Nosotros somos ustedes.


La pandemia es un riesgo de salud que debe atenderse, pero no modifica el orden jurídico argentino. El temor desmesurado, que el gobierno infunde en pos de afianzar su proyecto totalitario de corrupción estructural, no logrará enfrentarnos. No hay duda que la vida es un bien preciado. Ahora bien, la vida que como argentinos apreciamos no es un mero funcionamiento biológico, es un determinado "estilo de vida". Nuestro Himno Nacional lo expresa en estos términos:

"Coronados de gloria vivamos
o juremos con gloria morir".

Desde el origen de la nacionalidad comprendemos que es preferible la muerte a una vida sin Libertad, el grito sagrado que el "Oid mortales" repite tres veces. Consecuente con esa premisa, la Constitución Nacional establece en su Art. 21 que "Todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la Patria y de esta Constitución". 

Esa misma Constitución, que exige de sus ciudadanos defenderla por las armas, que es decir: en combate y a costa de la propia vida, nos previene en el Art. 29 de los abusos del poder. Porque nuestra vida, honor y fortuna, no puede quedar a merced de gobierno alguno. 

Los constituyentes consideran al abuso de poder del gobernante un acto infame que merece ser considerado traición a la Patria, ya que la Patria y la Libertad deben ser una misma cosa para cualquier argentino.

Para prevenir tales abusos se creó en 1994 la figura del Defensor del Pueblo de la Nación (Art. 86), órgano constitucional con legitimación procesal para causas de incidencia colectiva (Art. 43), al que hoy no podemos recurrir pues la casta política lo dejó acéfalo hace 10 años.

La acefalía del Defensor del Pueblo de la Nación es más que un incumplimiento del Congreso, ES UN SOSTENIDO ACTO DE FUERZA CONTRA EL ORDEN INSTITUCIONAL Y EL SISTEMA DEMOCRÁTICO, de los que condena el Art. 36, cuya relevancia queda clara en las circunstancias actuales.

Ahora, con excusa de la pandemia, el gobierno ha suspendido un conjunto importante de derechos garantizados por la Constitución Nacional, sin declarar el estado de sitio que exige el Art. 23.

Y no podemos acudir al Defensor del Pueblo, porque la casta política nos mantiene indefensos.

Entonces debemos ejercer el derecho que nos confiere el Art. 36: "Todos los ciudadanos tienen el derecho de resistencia contra quienes ejecutaren los actos de fuerza enunciados en este artículo".

No es aceptable que el gobierno, poder constituido, se erija en dueño de las libertades de los argentinos condicionándolas, cual graciosa majestad real, a su permiso; porque convalidar ello sería reconocerle el poder constituyente en pleno, o sea: la suma del poder público.

Reza un epitafio espartano:

"Murieron en la creencia de que la felicidad no consiste ni en vivir ni en morir, sino en saber hacer gloriosamente lo uno y lo otro".

El Himno Nacional y la Constitución de la Nación Argentina expresan eso mismo con gloria en la Libertad.

En defensa de nuestro estilo de vida, cuando nos crucemos en la calle en las jornadas por venir recordemos que no hay conflicto entre nosotros. Esta claro que si cualquier civil se presenta en un cuartel o comisaría y pretende dar directivas nadie le obedecería porque ninguna norma le concede mando. Por lo mismo no puede obedecerse a un gobierno que sin declarar estado de sitio pretende suspender el conjunto de los derechos constitucionales. Entender esa cuestión, facilitará que evitemos roces en las calles. Ni ustedes ni nosotros queremos arrestos ilegales, ni sus consecuencias.


De allí que debamos cuidarnos mutuamente, solicitando en caso de confrontar la directa intervención de los fiscales, que se suponen garantes de la legalidad y algunos realmente lo son, en cuya presencia los desobedientes civiles denunciaremos al gobierno por incumplir con la observancia de la Constitución Nacional mediante su inaceptable estado de sitio de facto.

El gobierno no logrará enfrentarnos, estamos juntos.


Ariel Corbat


domingo, 10 de mayo de 2020

CONSTITUCIÓN O MUERTE



CONSTITUCIÓN O MUERTE


Las convicciones nacionales y personales en tiempos de crisis


Por Ariel Corbat.


INTRODUCCIÓN

El jueves 30 de Abril de 2020, invitado por Luciano Silva y el Movimiento Republicano Libertario expuse vía ZOOM algunas reflexiones de las que amerita la situación argentina en contexto de pandemia.

Hace años vengo observando y sosteniendo que la realidad de la Nación Argentina es la de un país dañado en sus instituciones y degradado en su cultura con síntomas de merma intelectual. En el último tiempo he modificado esa apreciación porque considero que aquellos síntomas de merma intelectual son hoy, lisa y llanamente, miseria intelectual. Argentina se está convirtiendo en un país miserable en todos los órdenes.

La razón central e instrumental de esa decadencia la atribuyo a la fácil prepotencia del pensamiento mágico por sobre la esforzada racionalidad del estilo de vida propuesto por la Constitución Nacional. 

La dimensión trágica de la Argentina se afirma al pensar que todo el progreso que el potencial del país llegó a proyectar por la Generación del 80 en el Centenario de la Revolución de Mayo, se haya ido desvaneciendo a lo largo del Siglo XX para llegar a un Bicentenario totalmente alejado de aquellas expectativas.

Lo triste del asunto es que las circunstanciales mayorías que la vida política ha ido generando del Centenario a hoy, eligen cada vez con mayor fanatismo el camino de la decadencia.

Revertir este cuadro no puede ser simple, requiere comprender que donde debía haber una comunidad organizada de ciudadanos, individuos conscientes de sus derechos y obligaciones, hay una masa de acreedores sin título que espera recibir algo por bailar al son del gobernante. 

Que esas personas no logren percibir que mejorarían su situación apostando a su propio esfuerzo en lugar de permanecer sometidos a la dádiva estatal, además de ratificar lo severo del daño institucional, la degradación cultural y la miseria intelectual que alcanzamos, nos plantea la insuficiencia de las minorías republicanas. En este punto es preciso despojarse de toda complacencia y asumir que, si bien hay una abrumadora mayoría empecinada en seguir cavando la fosa de la Patria, no es por mérito de esa mayoría sino por deficiencia propia que no estamos siendo ni organizados ni hiperactivos para impedirlo. Téngase presente al leer cada palabra escrita aquí.

Con ese ánimo, de no ser complaciente con uno mismo, me vengo interpelando respecto a cómo debo lidiar con la sensación de incomprensión que resulta de la determinación de predicar en el desierto, pues podría indicar que no tengo la habilidad ni el talento para explicar y promover la idea, tan romántica como racional, de un venturoso destino para la Nación Argentina indisoluble del sentimiento expresado por el Himno Nacional y la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional. Y si fuera mi falencia, podría darse el caso de pretender ayudar pero terminar siendo un estorbo.

Desde 1994, cuando junto a la Dra. María Inés Calvo publicamos “Uso y abuso de las corbatas”, y luego en 1998 “Teoría Romántica del Derecho Argentino” (El Himno Nacional como expresión de la Norma Hipotética Fundamental), vengo bregando abiertamente por lo mismo. Es mucho tiempo y estoy completamente convencido que las ideas son las correctas, la pregunta que me hago es si estoy sirviendo del mejor modo posible a esas ideas.

Para responder esa pregunta me propongo dar forma escrita a la exposición “CONSTITUCIÓN O MUERTE”. Lo que refiero aquí no es otra cosa que lo que vengo manifestando en los artículos que escribí para el diario La Prensa (gracias a Guillermo Belcore), La Prensa Republicana (gracias a Nicolás Márquez), Fundación Atlas (gracias a Martín Simonetta), opiniones vertidas en Facebook, Twitter, grupos de WhatsApp, todos ellos con base en las notas de mis blogs “La Pluma de la Derecha” y “Un liberal que no habla de economía”.

Creo poder evidenciar coherencia en mi pensamiento publicado, una continuidad de principios sostenidos a pesar de las disyuntivas de coyuntura y desde la propia conducta.

Cabe acotar que el capitalismo crea herramientas accesibles y económicas para superar dificultades, ZOOM es una de ellas y nos permite reunirnos a pesar del aislamiento físico que impone la prevención del coronavirus. Resultó una buena experiencia hablar por ZOOM. Por supuesto no es igual a la presencia física, descoloca un poco hablar a la pantalla (uno busca ver los rostros de todos a los que habla) pero después esa impresión extraña va cediendo. De todas formas disfruto más como espectador que siendo el orador.

Aclaro que lo que leerán no será la exacta transcripción de lo dicho en ese encuentro virtual, porque, a contramano del debido orden cronológico, aquello fue como pensar en voz alta la síntesis de este largo escrito, parte del proceso para encontrar las palabras en su redacción final.  



EL VALOR DE LAS PALABRAS

Hay dos poderosas razones para comenzar esta exposición poniendo énfasis en el significado de las palabras. La primera tributar un merecido homenaje al Dr. Mariano Grondona, quien tanto en artículos periodísticos como los que escribió para el diario La Nación, al igual que en programas de radio o televisivos y desde la docencia en las aulas, prestaba especial atención a la etimología de las palabras.

Tener claro el significado de las palabras es esencial para la posibilidad del diálogo y que este pueda decantar en entendimiento. Tan característico del Dr. Grondona resulta ese didáctico empeño por pensar desde el lenguaje, que era el rasgo que solían resaltar los humoristas cuando lo imitaban.

Grondona fue mi profesor de Derecho Político, en el lejano y (Orwell mediante) mítico año de 1984, cuando se desempeñaba como adjunto en la cátedra del Dr. Justo López en la Facultad de Derecho de la UBA. Sin dudas ha sido el docente que mayor influencia tuvo sobre mi pensamiento, tal vez una de las razones por las cuales siempre he sido reacio a practicar la abogacía.

Pero si bien mi sola gratitud de alumno justifica este tributo a Mariano Grondona, no lo traigo a mención por simple deseo personal sino porque la actualidad del país lo hace imprescindible, ya que frente al agravio a la razón que supone la pretensión totalitaria de imponernos el mal llamado “lenguaje inclusivo”, defender a ultranza la corrección del idioma entendiendo el significado de las palabras en su evolución histórica, es toda una declaración de principios democráticos. Esa es la segunda y principal razón para abordar la cuestión de las convicciones desde la etimología.

La palabra “convicción” tiene su origen en el término latín “convictio” cuyo significado alude a una creencia fuerte, en especial ideas religiosas, éticas o políticas a las que se está decididamente adherido, y se compone por el prefijo “con” (junto, entero, todo), la raíz “vincere” (vencer, victoria), y el sufijo “tio” (expresión de acción y efecto).

Convicción es sinónimo de convencimiento. Ambas palabras reconocen un mismo origen y significado. Obsérvese que la acción de convencer es una variante sofisticada de vencer. Vencer supone un enemigo al que se derrota, es imponerse una parte sobre otra, alude a la fuerza como forma de resolución primaria del conflicto humano. Convencer es una forma evolucionada de victoria que no requiere someter o eliminar al otro, sino razonar juntos, persuadirlo, acordar; de allí el prefijo “con” viniendo a indicar que las partes en conflicto se mantienen unidas.

La convicción viene a ser así una resultante del diálogo, pero también de una sincera introspección de cada quien con su conciencia. Esta doble faz del convencimiento, interno y externo, con uno y con el otro, es la que intenta reflejar el lema de mi blog La Pluma de la Derecha: “Quiero que mis convicciones sigan siendo auténticas, que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias. Ayudémonos a pensar”.

Ese lema surgió como respuesta a la imposición por parte del régimen kirchnerista, ya en su primera etapa, de la lógica amigo/enemigo en la sociedad argentina. El efecto de la lógica amigo/enemigo es eliminar la posibilidad del diálogo para reemplazarlo por la sumisión y la obediencia, pues no otra cosa aspira a obtener de los demás quien proclama “vamos por todo”.

“Vamos por todo” es una expresión totalitaria que no admite interpretaciones erróneas. No se necesita ser Mariano Grondona para desmenuzar el sentido de esas palabras, comprender su alcance y proyectar las consecuencias. “Vamos por todo” es todo, es reducir al otro a nada, es Stalin, es Hitler, es Castro, es Maduro; es Cristina Fernández, eternizada en el poder como la quiere Diana Conti desde su confeso stalinismo.

La forma de resistir el embate totalitario del régimen kirchnerista era entonces hacer un denodado esfuerzo por mantener la cordura y fomentar el debate de ideas. Seguir pensando racionalmente, a pesar que la merma intelectual de los argentinos se agudizaba por esa política de odio dirigida desde el gobierno con la cual se exacerbó el fanatismo. Terminaron amistades de años, se fracturaron familias, se bajó la voz en bares y lugares públicos y todo por la misma razón por la que se censuró el diálogo político en distintas organizaciones: expresar la más simple discrepancia daba lugar a la intolerancia del agravio descalificante, al insulto porque sí, porque el kirchnerismo se arroga el monopolio de la verdad.

Cuando un gobierno utilizando de modo faccioso los recursos del Estado exacerba y agita el fanatismo de sus militantes en la lógica amigo/enemigo, es imposible que la agresión constante no provoque la merma intelectual en el conjunto de la sociedad. Es difícil pensar cuando toda opinión disidente recibe desde insultos hasta amenazas de muerte (cosas que como tantos otros he padecido). Se sobrevalora y confunde sobre sus capacidades intelectuales quien se crea capaz de mantenerse al margen y sin daño de la lógica amigo/enemigo hecha política de gobierno. No hay modo de salir indemne, como tampoco lo hay cuando la repetición sistemática de mentiras que se pretenden convertir en verdad dogmática obliga a mantenerse aferrado y limitado a defender lo básico, aquello que George Orwell supo tan bien definir en su genial y aterradora novela “1984”: 2 + 2 = 4.

Atentar contra el diálogo es atentar contra las convicciones, porque la posibilidad de convencer, en lugar de vencer, exige sinceridad en el diálogo y en la conducta. Al respecto, resulta necesario advertir que tanto el diálogo como el convencimiento pueden ser manipulados desde el ardid, pero la convicción individual, personal, aquella que hace a la ética, por ser un asunto de conciencia no admite engaño alguno. Tener o no tener convicciones y la sinceridad de las mismas es una cuestión que la conducta revela.

Ocurre que las convicciones no son un libro complaciente que cada quien se escribe para jactarse interiormente de sus buenos principios, moral y grandeza espiritual dejándolo archivado en algún estante de la mente. Las convicciones son un mandato de conducta que da cuerpo a la ética personal, y son los actos los que prueban las convicciones. No sirve de nada imaginarse dueño de hermosas convicciones si se vive ignorándolas, porque en ese caso es claro que las convicciones que se pretenden no son tales.

La palabra “convicto” tiene el mismo origen que convicción y convencimiento. Su significado alude a una persona que sin confesar un crimen recibe condena porque otros, sus jueces, obtuvieron elementos de convicción para arribar al convencimiento de su culpabilidad.

La etimología de las palabras ayuda a comprender la relación entre convicciones y conducta: en cierto modo, las convicciones nos vuelven convictos de nuestro propio juicio. Libremente, al discernir en la conciencia las dudas que nos genera nuestra propia existencia, asumimos un determinado modo de obrar, de vivir y de morir.

Ser convictos de nuestras convicciones nos hace previsibles. Y ser previsible, en un modo virtuoso, sosteniendo la palabra con el verbo, hace a la seriedad de las personas y también de las naciones. El honor está íntimamente relacionado con este concepto, pues el valor de la palabra empeñada se mide por su directa correspondencia con los hechos. Las personas, lo mismo que las naciones, son honorables cuando viven conforme a los principios que proclaman.

Lo previsible de la honorabilidad confiere dignidad. Y esto se entiende muy bien desde el humor, cuando la sátira humorística apela a lo inadmisible para hacer reír.

Es lo que tan bien logra aquella frase atribuida a Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. La gracia en esa frase está en lo grotesco de una persona sin convicciones y por ende imprevisible, alguien a contramano del honor y la dignidad.

El humor va en el sentido contrario de la seriedad, por lo tanto si la realidad demuestra una sociedad rígida donde las personas buscan mantenerse firmes en sus principios lo gracioso es el descarado que los cambia según la ocasión.

Por supuesto, la humorada pierde toda su gracia cuando fuera de aquel contexto social resulta ser una descripción de lo cotidiano; como ocurre en Argentina desde hace largo tiempo, donde ya nadie se escandaliza cuando los archivos contraponen expresiones de un mismo político contradiciéndose a sí mismo.

Aquí Groucho Marx no causa gracia, sólo nos recuerda la vergüenza en la que vivimos.


MATAR EL DIÁLOGO ES ANULAR LA RAZÓN


Los árabes tienen un saludo gestual que resulta sumamente significativo, llevan la yema de los dedos de la mano diestra al pecho, sobre el corazón, luego a los labios y tras tocarse la frente completan el movimiento con un elegante vuelco de la palma hacia el interlocutor. La interpretación del rito puede traducirse como “lo que siente mi corazón, lo dice mi boca después de haberlo pensado”, o con igual sentido “mi corazón, palabras y mente están contigo”.

Esa mímica resulta perfecta para graficar la sinceridad del diálogo. El diálogo, en sociedades democráticas no solamente es la herramienta para lograr consensos sino un fin en sí mismo. Una sociedad en la que impera el diálogo se caracteriza por practicar la tolerancia, piedra basal de la Libertad y la gran virtud del liberalismo, lo que permite construir respeto desde la racionalidad de las ideas. La ciudadanía como concepto republicano, lo mismo que cada una de las instituciones de la República, es una construcción íntimamente enlazada con el diálogo, con la razón y la acción conjuntas,

La intolerancia que impide razonar con el otro no siempre se manifiesta frontalmente, puede asumir la forma de completas farsas gestadas desde la hipocresía política explotando las vulnerabilidades de las democracias que, para su correcto funcionamiento, suponen, requieren y exigen buena fe.

Cuando la buena fe es la esencia del juego, el jugador de mala fe obtiene la ventaja del proceder solapado. Así, del mismo modo que el conocido Experimento de Rosenhan demostró que la planificada simulación de síntomas psiquiátricos puede llevar a un diagnóstico equivocado por parte de los profesionales, la constante simulación de hacer pasar por democráticos contenidos totalitarios en forma progresiva puede llevar a la confusión de una sociedad. Y no hay confusión más peligrosa que no advertir las contradicciones.
                
Las contradicciones de todo proyecto totalitario se aprecian en la incompatibilidad de sus consignas, por ejemplo: “Vamos por todo” es la negación absoluta de “La Patria es el otro”. Esas contradicciones lejos de ser un producto de la casualidad, o surgir del mero desorden en los voceros del totalitarismo, obedecen al deliberado propósito de anular el diálogo por la vía del desquicio sembrando tantas incoherencias e irracionalidades como para hacer que decir lo más simple requiera miles de aclaraciones.

Siendo que la idea del totalitarismo es la no idea, uno de sus objetivos es destruir el instrumento mismo del diálogo: el lenguaje como forma convencional de entendimiento que expresa modos de pensar, de razonar juntos, de persuadir, de convencer y desde la propia etimología de las palabras comprender la historia que hace a la evolución de las distintas identidades comunitarias que conforman la humanidad en su conjunto.   


AMPUTAR LA LENGUA EN LA FICCIÓN LITERARIA

Quien mejor ha sabido explicar lo esencial del lenguaje para la condición humana y la Libertad es George Orwell.

Desde el punto de vista literario y especialmente por sus últimas dos novelas, “Rebelión en la granja” (1945) y “1984” (1949) Orwell es considerado un autor swiftiano, ya que la forma en que a través de la ironía comunica al lector sus observaciones de la realidad, guardan cierta semejanza con la obra de Jonathan Swift (1667–1745), el autor de “Los viajes de Gulliver”.

Los dos últimos libros de Orwell pueden leerse como una misma obra, tomo 1 y 2, dos fases de un mismo proceso: la revolución y el régimen. Una de las notables continuidades entre Swift y Orwell es que ambos, por la vía del absurdo, afirman la importancia del lenguaje. Así es como el disparatado proyecto de la escuela de lenguas de la Academia de Lagado, imaginado por Swift es el antecedente claro y directo de la neolengua que Orwell desarrolla en 1984.

Los absurdos planes de los lingüistas de Lagado imaginados por Swift contemplaban “hacer más cortas las oraciones dejando a los polisílabos una sola sílaba y eliminando verbos y participios porque en realidad todas las cosas imaginables no son más que palabras”, como así también la alternativa de “abolir todas las palabras, cualesquiera que fuesen” lo que se recomendaba en beneficio de la salud y la brevedad. Lo jocoso del despropósito era que en lugar de palabras cada quien debía cargar consigo las cosas que fuesen necesarias para expresar el asunto de que se tratase. La brillantez de la ironía reluce en este párrafo de Swift: “Y este invento se habría realizado, proporcionando comodidad y salud al individuo, si las mujeres, en consorcio con el vulgo y los ignorantes, no hubiesen amenazado con rebelarse si no se les dejaba libertad de hablar con la lengua como sus antepasados”.

La mordacidad con que Swift se burlaba de los que pretenden guiar la  vida de los demás resalta en este párrafo, describiendo las intenciones y lo que surgía de la Escuela de arbitristas:

“Aquella pobre gente presentaba sistemas especiales para persuadir a los monarcas que eligiesen a los favoritos de acuerdo con su sabiduría, capacidad y virtud, enseñaran a los ministros a consultar y pensar en el bien público, recompensar el mérito, las aptitudes notables y los servicios ejemplares; instruyesen a los príncipes para que supieran que su verdadero interés debe radicar y fundarse en el de su pueblo, escogieran para los empleos a las personas capacitadas para desempeñarlo; junto con otras extrañas e imposibles quimeras que nunca han pasado por cabeza humana, que vinieron a confirmarme en mi vieja convicción de que no existe nada tan irracional y estrafalario, que no haya sido sostenido como verdad alguna vez por algunos filósofos”.

No he resistido la tentación de transcribir ese párrafo porque lamentablemente aplica a la actualidad de la Argentina: pobre gente que teniendo una gran Constitución en lugar de vivir bajo sus preceptos se hunde, día a día, siguiendo quimeras tan irracionales como estrafalarias.

Dos siglos después de Swift, Orwell retomó aquella idea del lenguaje planificado. La comienza a desarrollar en “Rebelión en la granja”, donde el uso de las palabras por parte del gobierno cerdo es esencial para el proceso de desmemoria colectiva con el que afirma su poder.

Alterando la percepción de la historia, para vaciar de significado a los principios que dieron origen a la rebelión, se aprecian distintos momentos, uno inicial, de propaganda revolucionaria, en el que las palabras proliferan en normas, discursos y canciones, y otro posterior a la victoria de la rebelión en el que la censura del adoctrinamiento va a ir cercenando la posibilidad de expresarse y pensar a efecto de obtener una obediencia ciega.

Pero es en “1984” donde Orwell lleva la idea de Swift a un extremo terrorífico y depurado de todo tinte humorístico. Si el Dean de San Patricio nos hace sonreír desde el absurdo, con la imagen grotesca de alguien cargando tantos objetos como cosas quisiera decir, Orwell nos advierte que lo absurdo puede en realidad ocurrir y no concluir en otra cosa que la más absoluta oscuridad.

Muchos escritores han imaginado nuevas lenguas, así Julio Verne ponía en boca de los tripulantes del Nautilus a las órdenes del Capitán Nemo un idioma propio. La genialidad de Orwell fue imaginar que ese Estado totalitario, que falseaba la historia adulterando la memoria, no podía conformarse con el control de los actos externos de los individuos, sino que debía adentrarse a lo más profundo de sus conciencias, y para ello se dedicaba a podar el idioma, sintetizarlo con la finalidad de evitar cualquier pensamiento divergente.

La “Neolengua” imaginada por Orwell es un idioma que se fagocita a sí mismo. Esa nueva lengua surgía de una forma específica de pensar: el doble pensar, categoría más compleja y amplia que el mero doble discurso al que lamentablemente estamos acostumbrados.

El doble pensar es en realidad un no pensar, porque el pensamiento necesita libertad, y en ese no pensar como tal decanta, lógicamente, hacia un idioma degradado hasta la muerte, un idioma que busca ser el suicidio de la lengua, un hablar sin pensamiento, una vocinglería instintiva, un idioma de seres que renuncian a ser humanos.

En una olvidable película italiana se daba sin embargo un diálogo memorable, exquisito. En la escena que refiero un funcionario alardeaba ante su viejo profesor de Italiano que, pese a haber sido un mal alumno de Italiano detentaba un cargo de poder. Entonces ese viejo profesor le explicaba que el Italiano no era despectivamente “el Italiano”, meramente hablar Italiano, el Italiano, le enseñaba, es pensar. Y remataba esa última lección diciendo en forma lapidaria: “Con menos Italiano, a Ud. le hubiera ido mucho mejor”.

Quiero significar con esto una elemental reflexión que arroja la lectura de Orwell, que el poder cuando comienza a ejercerse por el poder mismo, desprovisto de cualquier otra finalidad, no acepta otra posibilidad que ser absoluto, total. En una primera instancia la rebelión tenía un ideal, que desvirtuado por la corrupción de la clase dirigente convirtió a esa revolución en otra excusa para el enriquecimiento, los privilegios y la explotación de unos por otros, pero hay algo todavía peor que esa instancia, y es cuando el poder ya ni siquiera sirve a la corrupción sino a sí mismo. La dictadura de los corruptos consiste en servirse del poder, pero es de trámite, si avanza demasiado entra en un pasillo sin otra salida que la dictadura totalitaria.

La mayor negación de la humanidad es privarla de la razón, porque con ella desaparece el libre albedrío y cualquier voluntad. Por eso el proyecto totalitario de corrupción estructural del Insog, el partido único fantaseado por Orwell, tenía por objetivo destruir el lenguaje. Algo que explica Syme, uno de los personajes de “1984”, tal cual lo reflejan estos fragmentos de dialogo con Winston, el protagonista:

-       “La destrucción de las palabras es algo de gran hermosura. Por supuesto, las principales víctimas son los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los que puede uno prescindir. No se trata sólo de los sinónimos, también los antónimos. En realidad ¿qué justificación tiene el empleo de una palabra sólo porque sea lo contrario de otra? Toda palabra contiene en sí misma su contraria. Por ejemplo, tenemos <bueno>, ¿qué necesidad hay de la contraria <malo>? Nobueno sirve exactamente igual, mejor todavía, porque es la palabra exactamente contraria a <bueno> y la otra no”.

-       “¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente?”.

-       “Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño”.

-       “La revolución será completa cuando la lengua sea perfecta. Neolengua es Insog e Insog es neolengua –añadió con una satisfacción mística-. ¿No se te ha ocurrido pensar, Winston, que lo más tarde hacia el año 2050, ni un solo ser humano podrá entender una conversación como esta que ahora sostenemos?

-       “Hacia el 2050, quizás antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron… sólo existirán en versiones neolingüisticas, no sólo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan como el de <la libertad es la esclavitud> cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia.

Leer a Orwell es bastante más que un gran disfrute literario, es advertir en términos horrorosos la fragilidad de la Libertad comprendiendo que hay, por fuera de las páginas de 1984, quienes buscan hacer de la humanidad una colonia de insectos que obre por obediencia instintiva.

La insectificación del ser humano es el resultado necesario de la deificación del Estado, porque el ideal de orden del totalitarismo es incompatible con el concepto de persona como individuo consciente.

Y sin embargo la frágil Libertad, atacada por cuanta dictadura comunista ensucia la faz de  la tierra, no podrá rendirse ni morir. Sin importar lo profunda y oscura que sea la mazmorra totalitaria, el rasgo humano prevalecerá. Bastará pues con que alguien vuelva a decirse: “Pienso, luego existo”; y como entonces, se hará la luz.


AGONÍA DEL INTELECTO Y EL LENGUAJE

El 1º de Agosto de 2013, cuando la nueva década infame redondeaba sus 10 años, me publicó Infobae un artículo titulado “El intelecto agónico de la Patria”. Sostenía allí observaciones que mantienen su vigencia y contribuyen a la comprensión del presente:

“La debilidad institucional de la Argentina obedece a muchas razones, pero entendiendo que el concepto de cualquier institución es el de una idea viva, es ineludible subrayar la miseria intelectual del país. El intelecto agónico de la Patria está bajo un orwelliano proceso de desmemoria. Como parte de ello la posibilidad del pensar quedó seriamente mutilada desde que, marcando un hito de la cobardía intelectual, la UBA apagó su antorcha impidiendo estudiar a condenados y procesados por delitos de lesa humanidad. ‘Una clara expresión política’, se ufanó el rector Rubén Hallú, sin dimensionar las consecuencias intelectuales de la proscripción: la UBA teme que pocos individuos privados de su libertad puedan ser sostenedores de un ‘discurso negacionista’ que habría de postular en su propio seno la pretendida legitimidad de delitos masivos. Esta claudicación ética demuestra que el pensamiento dentro de la UBA ha quedado cercenado bajo parámetros de estricto no cuestionamiento.

Y evidencia que la gravedad del déficit de la intelectualidad política en la Argentina es mucho peor que la infección parasitaria de Carta Abierta, porque los que desde el relato justifican al gobierno, aunque obvios, no son menos nocivos que quienes pregonando desde el multimedios del progresismo avalan los olvidos de la desmemoria selectiva. Todos ellos, al fin de cuentas, llaman ‘poeta’ a Juan Gelman, miembro y apologista de la organización terrorista Montoneros.

Con la complacencia de esa intelligentzia, pudo el kirchnerismo -un fraude en sí mismo- concentrar poder hasta jaquear a la República. Aquí la obra de George Orwell cobra didáctica actualidad. Primero por tratarse de un intelectual honesto, ejemplo de compromiso con la libertad. Segundo porque explicar el kirchnerismo con dos libros publicados en 1945 (Rebelión en la granja) y 1949 (1984), echa por tierra la pretensión oficialista de ser algo nuevo. Y tercero, porque permite estigmatizar al kirchnerismo como ‘gobierno cerdo’.

Tan así, que la sátira swiftiana de los intelectuales que logra Orwell en 1984 le cabe como descripción al método de Carta Abierta. El doblepensar de Ricardo Forster y compañía se desnuda en Los justos. Ese panfleto, que bien podría ser un escrito del cerdo Squealer para justificar la leche, las manzanas, la cerveza o cualquier otro privilegio apropiado por los cerdos, reconoce que ven peligro en el habla, porque si usan la expresión ‘cloacas del lenguaje’ es que hay una parte del idioma que se les hace fea, fétida, y no por giros estilísticos, sino por contener pensamientos contrarios al oficialismo. Según ellos el gobierno no es solamente el partido que controla el Estado, es la política misma, y todo el que no comulga es enemigo de la política, de la democracia, de lo justo, entonces minimizan la corrupción gubernamental por suponer una corrupción mayor en el capitalismo. Para ir del doblepensar a la neolengua, podando el idioma de palabras hasta que el pensamiento no deba intervenir en el habla, sólo se necesita dar rienda suelta a esa obsecuencia, confiar que, igual al cerdo Napoleón o al Gran Hermano, Cristina eterna nunca se equivoca.

Vale una elemental reflexión: el poder cuando comienza a ejercerse por el poder mismo, desprovisto de finalidad, no acepta más posibilidad que ser absoluto, total. El desvío de los corruptos consiste en servirse del poder, pero es de trámite, si avanzan demasiado entran en un pasillo sin otra salida que la dictadura totalitaria. Del gobierno cerdo a 1984 hay una distancia menor a la que nos gustaría creer.

El desafío de la intelectualidad política es saltar la trampa entre el relato y el monopolio. Implica tener presente la valentía de Orwell, asumiendo que un intelectual deja de serlo cuando censura su capacidad crítica inclinándose ante la corrección impuesta. Más allá de todo canto de sirena, nuestro Himno Nacional nos dice quienes fuimos, quienes somos y quienes debemos ser. Si olvidamos su mandato seremos apenas un montón de parias sobre el territorio que alguna vez supo, y quiso seguir siendo, la República Argentina. Por eso señalo que el imperativo de la hora consiste en dar la batalla cultural a favor de la Libertad y en contra del olvido y la mentira, asumiendo las glorias y las miserias de nuestra historia, para madurar el carácter de la Nación, en pos de lograr una verdadera democracia republicana; porque ese, y no otro, es el destino de la Nación Argentina”.

La merma intelectual argentina se aceleró desde el momento en que el kirchnerismo impuso como verdad dogmática la mentira de los 30.000 desaparecidos. Sostener cualquier mentira requiere la construcción de un relato verosímil, que pueda pasar por realidad, algo que saben hacer los estafadores jugando con la credulidad y/o las ambiciones de sus víctimas. Una estafa, para resultar exitosa, requiere una mentira tan sofisticada como sofisticado sea el estafado.  

La mentira de los 30.000 desaparecidos es tan burda que avergüenza haya servido como piedra basal de un proyecto de poder en perjuicio de la Argentina. Los datos reales dan cuenta de alrededor de unos 6.000 desaparecidos, una cifra razonable al contexto de guerra revolucionaria vivido en el país y un número mínimo en comparación al millón de argentinos que calculaba Roberto Santucho, comandante del ERP, serían necesarios matar para imponer el socialismo.

Idiotas y cómplices, la mayoría de los argentinos se dejó estafar. No fueron capaces de discernir ni de recordar. Como los animales de la granja prefirieron creer a los cerdos antes que a su propia memoria. Olvidaron las declaraciones de guerra de las organizaciones terroristas, las bombas, los secuestros, los ataques a unidades militares, las tomas de pueblos y ciudades, los asesinatos.

Olvidaron también que las dictablandas surgidas de golpes militares como el de 1976 en Argentina, o el de 1973 en Chile, tenían por finalidad hacer posible la vida democrática, lo efectivamente ocurrido en 1983 y 1990 respectivamente. Olvidaron, que lo que la izquierda y los progres, llaman “revolución cubana” era y sigue siendo una dictadura comunista con pretensión de eternidad. En Cuba no hay intención alguna de hacer posible la vida democrática, porque el castrismo no es una revolución, es una dictadura parasitaria que como tal busca dominar la Argentina desde finales de los sesentas. Lo intentó violentamente, organizando y dirigiendo organizaciones terroristas como ERP y Montoneros que fueron diezmadas por la respuesta militar. De aquel fracaso en la vía armada y a la derrota de la URSS en la Guerra Fría sobrevivió el entrismo en el peronismo, a duras penas pero con suficiente constancia para hacer que la infiltración marxista se fagocitara al Movimiento Peronista en el Siglo XXI. Así es como hoy el peronismo ya no es más que una fachada que el castrismo, bajo la forma del kirchnerismo, usa pero desprecia.

Cuando una mentira es entronizada como la verdad a la que deben reportar todas las acciones, la política se convierte en el instrumento para garantizar que ni el lenguaje ni el pensamiento contradigan el relato. Esa tragedia está tanto en las citadas novelas de Orwell como en la realidad argentina.

Tanto lo está en la realidad argentina, que cuando en 2015 la reacción cívica de los que advertimos el riesgo para la República derrotó al kirchnerismo en las urnas, el gobierno votado para el cambio, que por eso era una alianza llamada Cambiemos, no se atrevió a confrontar la mentira fundacional del kirchnerismo. Así fue como Mauricio Macri, quien había prometido terminar con el curro de los derechos humanos cuando llegara a la Presidencia, convalidaba el relato kirchnerista cada vez que tiraba flores al río lamentándose por los terroristas desaparecidos, la misma claudicación por la que en la Provincia de Buenos Aires y por decisión de María Eugenia Vidal, todos los legisladores cambiemitas, con la sola y honrosa excepción de Guillermo Castello, votaron a favor del proyecto del Frente Para la Victoria con el que se hizo ley la mentira de los 30.000 desaparecidos.

Desde esa claudicación, al resignar la defensa de la verdad por la cobardía del “no se puede porque vuelven”, Cambiemos traicionó a su electorado y arruinó la posibilidad del cambio. El gobierno cambiemita eligió desairar a sus votantes republicanos, traicionar el cambio y asumirse progre con la estúpida intención de congraciarse con quienes nunca lo iban a votar.  Convalidó así la cultura subvertida por el kirchnerismo, acentuando la censura sobre la expresión y el pensamiento, quiso construir su propio relato sobre el relato del otro y fracasó. El de Mauricio Macri y sus obsecuentes es el fracaso más estúpido en toda la historia política argentina.

El regreso del kirchnerismo da la pauta del fracaso macrista. No necesitaron camuflarse los personajes del régimen, bastó que Cristina Fernández pusiera un mascarón de proa y con ella misma en la fórmula presidencial volvieron casi todos los que eran; incentivados para ser peores por el insulso interregno cambiemita en el que ratificaron su dominio cultural al módico precio de algunos presos.

Así es como hoy el kirchnerismo avanza sobre el lenguaje para anular la posibilidad de diálogo y terminar de cerrar el cerco sobre el pensamiento.

El mal llamado “lenguaje inclusivo” que afecta al idioma castellano en Hispanoamérica es una ofensiva estupidizante con excusa feminista y lobby lgtb, uno de los tantos conflictos artificiales que motoriza la izquierda tratando de reemplazar al proletariado como sujeto revolucionario.

Aquello tan cierto de cuando no se vive como se piensa se termina pensando como se vive, sirve para entender que quienes hablan como idiotas terminan pensando como idiotas. Y aquí cabe hacer un importante distingo: No hablan como idiotas las personas que por falta de acceso a una educción formal se expresan incorrectamente, los que hablan como idiotas son aquellos que habiendo recibido educación formal, en muchos casos de nivel universitario, deforman el idioma por motivos ideológicos.

Este distingo es preciso tenerlo en claro porque el lenguaje, si bien es convencional no es artificioso, exhibe como cosa natural la influencia del entorno de cada quien. Desde que la misma lengua reconoce disimiles entonaciones, las consecuentes variaciones de voces y significados van dando creación a nuevas palabras que el español incorpora aceptando los modismos que provienen de distintas regiones y contextos. Para el caso argentino diversos provincialismos, enraizados a veces en voces aborígenes, el lunfardo y el argot carcelario han sumado muchas expresiones al habla cotidiana, lo que lógicamente dice bastante de nuestra historia, a pesar de gobiernos que intentaron mantener el lenguaje popular en parámetros de corrección académica, no sólo desde la loable expansión de la educación formal sino desde la reglamentación y censura en medios de comunicación social, lo que equivale a ser más papistas que el Papa; una tarea improbable ante la dinámica del habla como reflejo de la vida misma.

Lo novedoso, lo que nunca había sido interés de gobierno argentino alguno, es promover una particular deformación del idioma español con la intención de afirmar su predominio ideológico, imponiendo desde el habla, y a través del uso faccioso de los recursos del Estado, la falsa “corrección política” diseñada a conveniencia de la izquierda con la evidente intención de hacer del diálogo una farsa.

Entonces aparece quien hace las veces de presidente, Alberto de la Fernández, como el abanderado del “todes”. Y decir “todes” es exactamente eso que ha dicho el escritor Arturo Pérez Reverte: una estupidez.

"No me toquen de una manera estúpida el lenguaje que es mi herramienta de trabajo", sostiene con buen tino Pérez Reverte al observar que “hay detalles que son negociables como la natural modernización del lenguaje, sino estaríamos hablando latín. Utilizo el señores y señoras, lectores y lectoras, y niños y niñas cuando hace falta. Pero no digo los alumnos y las alumnas. Digo los alumnos. Es economía del lenguaje. Otra cosa es que me pliegue a la estupidez de que todes les vaques son explotadas y no pueden dar leche. No. ¡Váyanse al carajo! Eso viene de sectores analfabetos del feminismo, que intentan imponer el analfabetismo”.

La apreciación del autor de “La sombra del águila”, siendo de entero sentido común incurre empero en una suposición que la política argentina desmiente: aquí la estupidez del lenguaje inclusivo no es promovida por feministas analfabetas sino por personas formadas en universidades que sostienen un proyecto totalitario de corrupción estructural. La corrupción del idioma no se origina en la cándida ignorancia del analfabeto, es parte de una estupidización planificada por universitarios con pretensiones de iluminados para matar y sepultar el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional.

Alberto de la Fernández, el que dice “todes”, “cuantes”, “amigues”, “mediques”, “enfermeres”, “chique”, es abogado y profesor de Derecho Penal en la UBA. Su ministro de Seguridad, Sabina Frederic, es licenciada en Ciencias Antropológicas de la UBA, doctorada en Antropología Social en la Universidad de Ultrecht, profesora en la Universidad de Quilmes e investigadora del CONICET. De la Fernández y Frederic son dos ejemplos claros para afirmar el distingo hecho anteriormente: no es idiota quien se expresa en forma incorrecta por no haber accedido a una educación formal, idiota es quien habiendo tenido esa educación habla como idiota porque piensa como idiota.

Frederic, que no es una analfabeta, ha dejado registro en Twitter del modo en que el mal llamado “lenguaje inclusivo” expresa la falencia intelectual de quien lo utiliza. El 23 de Abril cerró un posteo en esa red social escribiendo: “Desafíos que vamos afrontando juntas y juntos”. Quiso aludir a un único conjunto de personas afrontando unidos ciertos desafíos, pero a contrario de lo que pretendía terminó expresando la existencia de dos grupos de personas, separados por género, masculino y femenino.

Si “todes” es una estupidez, decir “juntas y juntos” es llevar la estupidez al nivel del sátrapa Nicolás Maduro con sus “libros y libras” o “millones y millonas”.

Desde el vamos la imposición del lenguaje inclusivo tiene una carga ideológica asociada al castro chavismo, aunque los progres -sus idiotas útiles- quieran creer que adhieren a ello en términos de igualitarismo feminista, por eso su uso atenta contra el diálogo, lo condiciona y lo limita tanto desde lo instrumental, que son las palabras, como en lo esencial que es el razonamiento y la posibilidad de entenderse con el otro.

En este punto es imprescindible recordar y tener presente lo sucedido en Febrero del 2020 durante la reunión del Consejo de Seguridad Interior en la Provincia de Tucumán, cuando bastó un micrófono abierto para que la torpeza del gobernador Juan Manzur dejara en evidencia que los argentinos estamos inmersos en la farsa de una democracia fallida. Con la más grosera literalidad Manzur le dio a la ministro Sabina Frederic una lección sobre cómo tratar  con la oposición: “Vos tenés que poner a alguien que los escuche. Tenés que poner a alguien que los escuche, que los atienda y después hacemos lo que nosotros queremos". Y la respuesta de la ministro fue reírse. Una risa celebratoria de la viveza criolla, cómplice, sin ningún reparo a que se haga del diálogo una parodia. En términos orwellianos y como categoría política, hasta los cerdos de Rebelión en la granja son menos cerdos que Manzur y Frederic.

Del kirchnerismo, un fraude en sí mismo, no puede esperarse otra cosa. Son aquello que Orwell supo describir, un proyecto totalitario de corrupción estructural incompatible con el estilo de vida propiciado por nuestra Constitución Nacional. Corrompe la esencia de la democracia montar escenarios de diálogo político sin otra finalidad que pretender legitimar el monólogo oficialista. Y en esa burla al que piensa distinto representando otras ideas, lo que realmente se manifiesta es el desprecio al pensamiento, a la duda que moviliza la razón frente a la obediencia ciega que reclaman los dictadores comunistas igual que antaño los señores feudales o reyes absolutistas.

Hasta aquí hemos visto ejemplos de funcionarios hablando como imbéciles y pensando como tales, corrompiendo el lenguaje para despreciar el diálogo y entorpecer el entendimiento, arrojando sobre la sociedad una serie interminable de distracciones para generar la confusión que requiere allanar el camino hacia el totalitarismo. Y no hay proyecto totalitario que se abstenga de reemplazar la educación por la propaganda y el adoctrinamiento. Por eso el empeño puesto en la militancia de los docentes adheridos al régimen para hacer de la educación pública un corral de captación política, con el apoyo de los medios de difusión estatales.

Así es como aparece Darío Sztajnszrajber en el programa “Seguimos Educando”, que emite Canal Encuentro en reemplazo de las clases suspendidas en los colegios por la cuarentena, e impone desde la pantalla su traducción al “lenguaje inclusivo” del Martín Fierro, el poema gauchesco de José Hernández que Borges consideró “un libro muy bien escrito y muy mal leído”.

Intervenir la obra de otros es de por sí una bajeza, un comportamiento rastrero que denota envidia, afán de figurar, desprecio, subestimación de los sentimientos ajenos y sobreestimación de la propia capacidad; pero además es parte de la pretenciosa prepotencia con que se instalan las ideas totalitarias. 

Agraviar la literatura "traduciendo" al imbecilizante "lenguaje inclusivo" textos clásicos, es tanto falta de respeto como muestra de enorme mal gusto. Pero así son los mediocres, sólo pueden tocar el talento destruyendo con sus pezuñas la obra ajena. Y propalado por un canal del Estado, es una aberración que da cuenta del proyecto totalitario para limitar el pensamiento, al imponer desde el Estado burdos condicionamientos ideológicos a través del lenguaje.

El llamado "lenguaje inclusivo" como política de gobierno desde el uso faccioso de los recursos del Estado, es un problema serio en lo institucional, en lo cultural y en lo intelectual. Refleja y proyecta miseria.

Es preciso insistir como forma de resistir esa oleada totalitaria que no es un modo de hablar, es un modo limitar el pensamiento impidiendo razonar porque imposibilita dialogar y sin diálogo no hay relaciones democráticas.


CONVICCIONES NACIONALES Y PERSONALES EN TIEMPOS DE CRISIS

Lo hasta aquí tratado apunta a la reivindicación del “pensamiento cuadrado”.

A tal extremo ha perdido la República Argentina su capacidad de pensarse en términos sustentables de proyección política, que es imprescindible cobrar conciencia de la necesidad de volver a lo básico, al "pensamiento cuadrado".

Por mucho tiempo se han buscado soluciones mágicas, el atajo y la genialidad de algo que saliera de la norma, sólo para descubrir que es mucho más fácil ser un idiota que un genio y que la velocidad a la que se propaga la estupidez es infinitamente superior a la del trabajoso contagio de la brillantez.

Ocurre que si desafiar la lógica en el arte puede conducir a la belleza, hacerlo en materia institucional sólo conduce a lo horrible.

Durante décadas hemos juzgado al "pensamiento cuadrado", como una limitación, más aún: como una descalificación. Y es justamente por ese significado ya instalado que elijo reivindicar esa expresión, por lo chocante de la misma. El país desfondado necesita reencuadrarse. Hoy, cuando el principal problema es entender y superar la dificultad para alcanzar la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, es imperioso revalorizar nuevamente los márgenes de pensamiento y acción fijados por los constituyentes.

Pensar cuadrado es pensar dentro de esos límites, tener un esquema, organizarse en él, seguir un orden para ser previsibles en el corto, mediano y largo plazo. Estar encuadrados no significa abandonar la creatividad ni el ingenio, sino darles la mayor utilidad al mantenernos enfocados en lo esencial.

Volver a ser rígidos para que al destino lo rija nuestra voluntad razonada en lugar de la estupidez y el azar, es comprender también que esos márgenes son los que dan valor a las convicciones, porque la pretensión teórica del vale todo es la práctica del nada vale que detona la anarquía para el parto de la tiranía. Nuestra propia historia nos previene sobre las consecuencias violentas, sangrientas y opresivas de vivir sin márgenes, desfondados, desencajados.

Recordar a conciencia que la historia se asume y no se descuelga, nos permite valorar en lo cotidiano los esfuerzos de tiempos excepcionales, comprender el orgullo y la vergüenza en los aciertos y los errores, mirarnos al espejo sin hipocresías ni contemplaciones, vernos tal como somos, para preguntarnos cómo debemos ser.

Un país con identidad definida y bien organizado requiere una correlación necesaria entre la convicciones nacionales y las convicciones personales de sus integrantes, lo que no significa que la unidad deba ser monolítica. Nuestras convicciones nacionales están señaladas por el Himno Nacional y la Constitución Nacional. Ese estilo de vida basado en la Libertad exige conductas consecuentes, pero como no es ni pretende ser un proyecto totalitario, tolera, permite y ampara que haya quienes expresen otras convicciones.

Por caso los Testigos de Jehová, tienen creencias que no comparto, son apátridas y como tales reniegan de la ciudadanía eludiendo algunos de los deberes que impone la Constitución Nacional, con lo cual se limitan a ser habitantes del país porque su meta es alcanzar otra vida más allá de la terrenal. Y sin embargo yo, ateo, patriota y republicano, respeto hasta la admiración a los Testigos de Jehová cuando, por ejemplo, rechazando recibir una transfusión de sangre demuestran ser fieles a sus creencias a riesgo de su propia vida.

Y es que las convicciones, para ser tales y no vulgares ensayos de pensamientos ocasionales, deben mostrarse inconmovibles en cercanía de la muerte. En estos días de pandemia, he venido reflexionando sobre la cuestión de las convicciones, tanto en artículos de mis blogs como en la columna de los martes en el diario La Prensa y posteando en redes sociales, porque percibo que la Nación Argentina se está traicionando al dejarse dominar por el miedo; como si no tuviera convicciones sobre su propia identidad.

El kirchnerismo, a través del gobierno de Alberto de la Fernández, ha encontrado en el coronavirus el mecanismo para llevar al extremo su proyecto totalitario de corrupción estructural; lo que ha dejado mucho más a su alcance el objetivo de hacer de la Argentina otra satrapía dependiente de la dictadura castrista al estilo de Venezuela. Porque el plan es Argenzuela.

En ese marco, el gobierno se propuso traer al país una brigada 202 "médicos" cubanos. Al respecto es imperioso recordar que la llamada medicina cubana no tiene por propósito principal el noble ejercicio de la medicina sino la propagación del comunismo. Es la tapadera que mayor resultado le da a las operaciones de infiltración castrista y que mejor le permite explotar las debilidades (y estupidez) de los países democráticos.

El Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires expresó su preocupación respecto a la idoneidad que puedan acreditar los supuestos médicos cubanos, señalando además que hay médicos suficientes en Argentina.

La médica cubana Hilda Molina, refugiada en la Argentina, explicó el uso inmoral que hace de la ciencia médica la dictadura castrista a través de su libro: "Mi verdad - De la Revolución Cubana al desencanto; la historia de una luchadora".

La agrupación de abogados Bloque Constitucional denunció oportunamente en Cancillería la intromisión cubana en Argentina a través de "Propuesta Tatú", que so pretexto de ayuda humanitaria realiza en realidad adoctrinamiento marxista, en especial de niños. 

Es un hecho comprobado que los médicos cubanos no vienen a salvar vidas, sino a exterminar el estilo de vida basado en las libertades que promueve nuestra Constitución Nacional. El enemigo envía su primera brigada invasora de a cientos para asegurarse una cabeza de playa. Y es entonces cuando digo que la convicción de ser argentino debe mostrar no ser menos que la de los Testigos de Jehová, por lo tanto dejé expresamente indicado lo siguiente:

"Yo, J. Santiago Tamagnone (h), DNI 17.737.490, conocido por el seudónimo Ariel Corbat, ciudadano argentino, en defensa de mis convicciones sobre la Patria y la Libertad, prohíbo en cualquier circunstancia ser asistido por médicos cubanos. Prefiero mil veces una muerte argentina que prestarme a ser utilizado por la propaganda de la tiranía castrista".

Al igual que los Testigos de Jehová estoy dispuesto a morir por mis convicciones; pero advierto que a diferencia de ellos también estoy dispuesto, llegado el caso, a matar por mis convicciones. Al enemigo no se le franquea el acceso. Se lo combate.

La Constitución Nacional fue pensada para regir todos los momentos de la vida en común de los argentinos, los normales y los excepcionales, los buenos y los malos, los previsibles y los imprevisibles. La Constitución Nacional debe ser la convicción y el convencimiento nacional, y nosotros, cada uno de nosotros, para ser libres “convictos” de ella. Y el gobierno debe ser entendido y obligado a ser un convicto (sin comillas) de la Constitución Nacional, porque no es libre para decidir sobre sus facultades, no tiene todo el poder a su disposición, solamente aquel que expresamente le hemos delegado por asambleas constituyentes.

No hay ninguna emergencia que justifique a gobierno alguno obrar por fuera de la Constitución Nacional, no hay imprevisto de cualquier índole al que no se pueda hacer frente desde el poder constituido con las herramientas institucionales de las que fue dotado por el poder constituyente.

Dentro de la Constitución Nacional todo lo útil, no hay nada que sirva por fuera de ella.


¡CONSTITUCIÓN O MUERTE!

La disyuntiva suena tremenda a oídos asustadizos, pero no es más que una variación derivada de aquella otra planteada por Domingo Faustino Sarmiento en su Facundo: civilización o barbarie.

Admito que suena a grito de guerra y debería poder serlo, claro que sí, pero es más una pacífica advertencia, un cartel en el camino indicando los destinos de la bifurcación, antes que una amenaza beligerante. El dilema planteado no es de los que pueden simplemente resolverse a tiros. Lamentablemente, debo decir, porque sería mucho más fácil y liberador ampararse en la violencia. Pero en principio no se trata de vencer, sino de convencer, y los asuntos de conciencia, como la falta de convicciones, no se corrigen a los tiros.

El punto aquí es plantearnos si la autenticidad de las convicciones nacionales sigue estando en el Himno Nacional escrito por Don Vicente López y Planes y en la Constitución Nacional escrita por los constituyentes de 1853, con sus posteriores reformas, como un reflejo de las convicciones personales en los individuos que componen la Nación Argentina.

Las convicciones, hemos visto, surgen del razonamiento a través del diálogo, por lo que tienden a determinar conductas racionales y posibles para el común de las personas. No se trata aquí de convicciones extremas de las que hacen héroes o mártires, sino de las sencillas convicciones del hombre promedio. Aquel para el que se debe legislar, comprendiendo que su moral es la media entre el santo y el malvado. Si ese habitante común del suelo argentino no está convencido de las virtudes de la Constitución Nacional, si masivamente deja de adherir al estilo de vida propuesto por los constituyentes, no hay armas que puedan disparar convicciones para remediarlo. Entonces será la muerte de la Nación Argentina y su Constitución Nacional, a la que le sobrevendrá otra cosa, sea la tierra de los nadies, la tiranía de alguno o el mamarracho de “les argentines”.

Juan Bautista Alberdi pensó la Libertad de los argentinos y los constituyentes le dieron forma, desde esa organización la Generación del 80, con Julio Argentino Roca como abanderado, un patriota que engrandeció a la Nación Argentina, se orientó el país hacia el destino señalado por el Himno: “Se levanta en la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación”.

Cada uno debe obrar conforme a sus convicciones desde la sincera introspección. Es lo que procuro hacer. Ante la defección de quienes tienen roles institucionales de representación de la soberanía popular e institucional del país, a los ciudadanos de a pie no nos queda, en estas circunstancias, más que ser fieles a nuestras convicciones.

No soy Emile Zola, por ende no acuso; pero señalo. Así, el 8 de abril de 2020 en mi condición de ciudadano y vía Secretaría General de la Presidencia he pedido la renuncia de Alberto Fernández, señalando su ineptitud moral.

¿Cómo permitimos que Daniel Arroyo siga siendo ministro? Que Fernández lo mantenga en su gabinete indica que el presidente es cómplice de la maniobra de sobreprecios o un títere sin poder para removerlo. Tal vez las dos cosas. Yo señalo que la corrupción kirchnerista no va por los vueltos, apunta a demoler el espíritu romántico de la República para hacer del país un rebaño asustado.

Por su valor, la Nación Argentina ostenta una sublime galería de poetas guerreros, que va de Vicente López y Planes, autor del Himno, hasta Oscar Ledesma, cuya poesía está marcada a fuego por el traqueteo de su Mag en la Guerra de Malvinas. Pero el sentido épico en la poesía no sería del pueblo si se limitara a la pluma del combatiente, necesariamente debe trascender la experiencia personal para formar parte de la identidad colectiva en un mandato social con arraigo de pertenencia. Porque el romanticismo es un deber ser.

Así Olegario Víctor Andrade sin revistar en la categoría de poeta guerrero, con apenas 17 años y siendo estudiante del Colegio de Concepción del Uruguay, escribió el poema titulado “A un poeta argentino”, que el sábado 7 de junio de 1856 publicó el diario El Nacional. Se trata de una composición de tono patriótico, que conjuga la alegría de glorias pasadas con la tristeza por la secesión y contiene esta hermosa alusión al Himno Nacional:

Recuerda, sol de Mayo los días inmortales
que en tórridos desiertos, en yermos arenales
corrían esos héroes del mundo admiración.
Y en medio del combate cantaban arrogantes
en pos del enemigo lanzándose triunfantes
el Himno de los libres al humo del cañón.

Ese último verso impresiona como la imagen más pura de la convicción. La convicción racional con que todo argentino y por tanto la República debe conducirse en momentos críticos. Lo mismo que subrayaron Eladia Blázquez y Chico Novarro escribiendo Convencernos, tango sentidamente interpretado por Rubén Juárez al grabarlo en 1980:

Convencernos, a fuerza y coraje/ que es tiempo y es hora de usar nuestro traje. / Ser nosotros por siempre, y a fuerza de ser, / convencernos y así convencer. / Y ser al menos una vez, nosotros, / sin ese tinte del color de otros. / Recuperar la identidad, / plantarnos en los pies / crecer, hasta tapar la inmadurez. / Y ser, al menos una vez nosotros, / tan nosotros, bien nosotros, / como debe ser!

Hoy, cuando el mundo globalizado enfrenta la pandemia de peste china, los países conscientes de su identidad y gobernados por estadistas se sobreponen al miedo actuando racionalmente desde convicciones nacionales y en salvaguarda de sus intereses permanentes. Con errores frente a lo inédito, sí, pero sin traicionarse. No es el caso argentino. Aquí se usa el miedo para hacer un estropicio moral, arrasando las instituciones y la idea misma de la Libertad.

Tanto que Alberto de la Fernández, porque no es un estadista y sí un demagogo castrista que necesita pobres, dice: “Prefiero tener 10% más de pobres y no 100 mil muertos en la Argentina”. Pues bien, 10% de 45 millones son 4,5 millones y la proyección de ese empobrecimiento es una tragedia peor que 100 mil muertos. La cobardía siempre empeora las cosas. Si fuera una guerra Fernández diría: "Prefiero 4 millones y medio de mutilados y no cien mil muertos". Y eso, sin siquiera proponerse ganar batalla alguna...

Se ve agravada su ineptitud porque bajo el miedo al covid-19 la política ha desaparecido. La oposición parlamentaria no está, no existe, se redujo a entelequia videliana por propia voluntad. Y cuando el mismo Fernández, Felipe Solá o cualquier otro funcionario de gobierno se turnan para machacar cambiemitas, estos responden fingiendo que se trata de exabruptos personales y no de un ataque planificado. ¡Así de pusilánimes son los progres!

Señalo que nos estamos comportando como un rebaño asustadizo, que teme hasta lo absurdo. Como al “ciberpatrullaje” que, además de ser una de esas cuestiones que inevitablemente impone la tecnología, es legal. No debe asustar a nadie que se reivindique ciudadano desde el conocimiento, y conciencia, de sus derechos y deberes conforme la Constitución Nacional. Quien tema opinar porque el gobierno podría tomar nota es un cobarde que envalentona el totalitarismo de los ineptos que gobiernan.

Si nos asustan con nada lo perderemos todo. La miseria intelectual sembrada en el país se traduce en la cobardía del miedo como primera respuesta. No hay mayor inseguridad que esa, ni la corrige medio técnico alguno. Es moral.

Todo ciudadano debe tener claro que el vértice superior de nuestro ordenamiento jurídico, por encima de los tratados internacionales, es la primera parte de la Constitución Nacional. Por ende, no es aceptable suspender garantías constitucionales sin declarar estado de sitio.

Afirmo esto, sin caer en la rigidez extrema de una literalidad absoluta y por ende absurda. Está claro que no somos un país de carmelitas descalzas, ni de jueces probos y eficientes, aquí la mayoría de los fiscales no son garantes de la legalidad, así que hay que reconocer que la fea realidad es como es: el daño institucional, la degradación cultural y la miseria intelectual no pueden ser soslayados por un apego inflexible a la teoría.

Consiento pues que en la inmediatez de la emergencia, cabe aplicar el principio según el cual "quien puede lo más puede lo menos", pero sólo por el mínimo tiempo indispensable, ya que es una de esas cuestiones donde la forma y el fondo no pueden escindirse sin que el paso del tiempo subvierta el orden institucional.

No vale, pues, prorrogar la emergencia en el facto sui generis. Y ello es así porque el texto constitucional fue pensado para garantir un estilo de vida que, basado en la Libertad, impone restricciones al poder de los gobernantes, tanto en lo material como en lo formal. Una emergencia, como esta pandemia de peste comunista acepta una respuesta inicial como la del Decreto 297/2020, pero no su prórroga en iguales términos porque eso sería convalidar la improvisación en desmedro del diseño institucional del país.

Y teniendo en claro todo ciudadano que la Constitución debe cumplirse, también debe tenerse en claro que el estado de emergencia sui generis es la subversión del orden constitucional con la que los gobiernos se toman atribuciones que no les corresponden. El abuso del poder ha sido juzgado por nuestros constituyentes como una infamia equivalente a la traición a la Patria. No dejemos entonces que los traidores nos confundan cuando intentan hacernos creer que son nuestros salvadores.

¡Constitución o muerte!





LA SONRISA DE JAMES COBURN

LA SONRISA DE JAMES COBURN

TERRORISMO: NOSOTROS Y EL MIEDO