Cada vez que algún comunista dice un disparate se lo acusa de "fascista" y no de comunista.
Así es como el gobierno aparece lleno de fascistas y, ¡oh! cosa extraña, no hay ningún comunista.
Mientras no llamemos "comunistas" a los comunistas seguiremos perdiendo la batalla cultural. Porque no se puede ganar ninguna batalla sin tener claro quién es el enemigo.
Y no basta con solamente describirlos como lo que son, la etiqueta de comunista, bolche, rojo, marxista, stalinista, debe utilizarse como una marca infame, como partidario de esa infamia que es el comunismo en tanto asesino de pueblos y libertades.
George Orwell observaba en 1948 que: "La palabra comunismo a diferencia de fascismo, nunca ha degenerado hasta convertirse en un insulto genérico". En distintas sociedades desde entonces a hoy se dieron momentos en los que la palabra "comunista" fue utilizada como insulto, pero cayó el Muro de Berlín, colapsó la Unión Soviética, se creyó que China iría hacia el capitalismo y de alguna manera los partidarios de la Libertad bajamos la guardia creyendo que el comunismo estaba liquidado. Incluso aquellos que rechazamos de plano la idea del fin de la historia dimos por cierto que el comunismo sería pasado y que en América Latina estaba pronta la caída de la dictadura cubana. Nos equivocamos en quedarnos a esperar que Cuba fuera libre, la veíamos como otra ficha del dominó y no fuimos a patearla. Todas las democracias de América tuvieron reticencias culturales que subestimaron el riesgo del castrismo para la región. Así el pueblo cubano fue tratado por todo el mundo como un conjunto de subnormales en formol, sin derecho a elegir su gobierno, y la tiranía pudo aguantar hasta colonizar y parasitar Venezuela para continuar con su larga tradición de foco infeccioso con disciplina soviética para exportar su "revolución", ya no con grupos terroristas sino desde la subversión cultural explotando las tensiones que siempre existen en las sociedades libres.
Ese trabajo de infiltración y dominación cultural se dio principalmente a través del entrismo marxista al Movimiento Peronista y a la Unión Cívica Radical, el ardor de los peronistas y la moderación de los radicales, que allá lejos en el tiempo se definieron así por no ser tibios, les sirvió a los subversivos comunistas para operar segmentados sobre masas e intelectualidad.
El resultado de ese trabajo paciente y continuo es la muerte del peronismo y la nada radical que es también las del PRO.
El peronismo ya no existe, caducó por la infiltración castrista que agudizó el kirchnerismo y lo lleva a ser un partido comunista con un descaro que apenas requiere fachada. El radicalismo, por su parte, representa la adhesión discursiva y hueca a las formalidades democráticas con la invalidante sustancia de una cultura progre en todo funcional a los fines del comunismo castrista. El aparente enfrentamiento entre esas facciones, con muchos incautos de por medio, no es otra cosa que una maniobra de pinza destinada a que la Nación Argentina pierda identidad, que es pensamiento propio, y con ello su voluntad de ser y prevalecer. Hoy bastante dañada, por cierto. A este combo, por supuesto, no le falta el componente liberprogre, la corriente boba del liberalismo que nunca advierte cuando los comunistas usan las libertades, que no se cuentan en ningún país comunista, para eliminar esas mismas libertades en los países que sí las reconocen a sus habitantes.
La lucha por el lenguaje es parte de esa campaña operativa de desmoralización nacional, el mal llamado lenguaje inclusivo es la herramienta de dominación del pensamiento sobre la que nos advirtió Orwell primero en Rebelión en la granja y luego con mucho más detalle y precisión en 1984.
Ese intento de dominar el pensamiento y la realidad a través del lenguaje que consolida las falsedades del relato de poder es muy marcado en Argentina, como lo demuestra, entre otras cosas, la absurda reticencia a usar la palabra "comunista" para señalar a los propios comunistas.
Llamar "fascista" a un comunista convalida la corrección política y el lenguaje que dictan los propios comunistas disfrazados de progres.
Hay que llamar a las cosas por su nombre sin miedo a que te acusen de macartista. Y más aún: recordar siempre que el macartismo es una sana práctica para la defensa de la Patria y la Libertad.
Los comunistas no son un mito, son el enemigo. Hay que desenmascararlos y señalarlos en defensa propia. Darse cuenta de la estupidez que cometen distintos referentes políticos cuando pintan como lleno de "fascistas" al gobierno títere, golpista, corrupto, criminal y comunista del régimen kirchnerista.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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