lunes, 1 de noviembre de 2021

ARGENTINA 5 CANADÁ 1. Y PERDEMOS EN AUSTERIDAD.


"La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente"

Solón.





Miguel A Boggiano publicó un tuit con un dato realmente impresionante: "El Estado argentino gasta 5 veces lo que el Estado canadiense". A lo que añade un sarcasmo tan doloroso como necesario: "Eso porque somos un país rico y los canadienses son pobres".

Creo, por mi propia reacción frente a ese dato, que estando inmersos en el deastre cotidiano de la Argentina no llegamos a dimensionar la magnitud del desquicio. Pero esa comparación nos permite sacar la cabeza del frasco y darnos cuenta de nuestra real situación: estamos fuera de toda racionalidad. 

Aunque sólo se trate de la observación a una foto: 5 a 1. Yo no sé si Canadá es un Estado ideal, seguramente no, pero no es un país que aparezca en los diarios mendigando al mundo alguna limosna por haber perdido la razón y el orgullo. Y también sé que las diferencias de territorio y población no justifican de ninguna manera ese abismo entre lo que gasta uno y otro Estado. 


Entre las ideas y sentimientos que me arremolinó la impresionante comparación que trae Boggiano, recordé un artículo que publiqué en La Pluma de la Derecha allá por Octubre del 2018: "ELOGIO Y NUEVA DEFINICIÓN DE LA AUSTERIDAD". 

Hace tiempo tenía pensado sintetizarlo y volver a publicarlo, pero por distintos motivos lo venía postergando. El tuit de Boggiano me obliga a republicarlo como un deber de conciencia.

LA AUSTERIDAD COMO VIRTUD


El diccionario define a la "AUSTERIDAD" como "calidad de austero, severidad. Mortificación de los sentidos y del espíritu". 

E inmediatamente luego refiere "AUSTERO, RA" como "adj. (del griego austéros, severo). Riguroso, rígido: la vida austera de un asceta. Severo con uno mismo y con los demás. (SINÓN, Rígido, rigorista, espartano, estoico, ascético, puritano). Sin ornamentos: arquitectura austera". 

Está claro que nadie a excepción de masoquistas querría ser austero si serlo significase mortificar los sentidos y el espíritu, pero a  la luz de la decadencia argentina, me pregunto si será correcta esa definición de austeridad como "mortificación de los sentidos y el espíritu". 

A lo largo de su fallido intento democrático, y también antes, Argentina ha sido de todo menos austera, y esa falta de austeridad no ha evitado la creciente mortificación de los sentidos y el espíritu. Por el contrario, año tras año los argentinos experimentamos nuevas formas de mortificación. Muchas de ellas consecuencia directa de la falta de austeridad, porque el país, al menos en nuestro tiempo, nunca ha sido en modo definido y consecuente ni rígido, ni rigorista, ni espartano, ni estoico, ni ascético, ni puritano. Si esas cualidades en la sinomimia determinasen el ser, diríamos que el país no ha sido.

Aquí no hay rigidez desde que la Constitución Nacional empezó a ser entendida como una mera referencia y no la ley suprema de la Nación. Consecuentemente tampoco hay rigor o severidad en la aplicación del Derecho. Cuando por golpes de Estado pusimos militares a gobernar fuimos cualquier cosa menos espartanos, por lo que a pesar de una guerra ganada y otra perdida nos alejamos de Esparta al punto que hoy, lisa y llanamente, estamos indefensos. Para descartar el estoicismo basta consignar que consiste en evidenciar autocontrol de modo que la virtud se imponga al vicio, entendido éste como cualquier manera de obrar inconsecuente y brutal. Parece chiste de argentinos, pero es descriptivo y no tiene remate. El ascetismo es un extremo místico que nunca siquiera hemos rozado y lo mismo puede afirmarse respecto del puritanismo. 

Si de lo afirmado en el párrafo anterior le surge alguna duda revise con su conciencia los últimos cincuenta años de la política argentina, y repase detenidamente lo hecho por los distintos gobiernos. Vea en paralelo de qué modo ha ido evolucionando el aumento de la pobreza y el hambre en el mismo país que presumió de ser "el granero del mundo".

El punto es que podemos demostrar que no somos un país austero, pero no por escapar de la austeridad evitamos la mortificación de los sentidos y el espíritu, por lo cual sospecho errónea la citada definición del diccionario.

Argentina como país degradado culturalmente y dañado en lo institucional al extremo de dar muestras de merma intelectual hasta en el habla, es una realidad mortificante. La Argentina duele. Duele de un modo en que no podría doler si su historia contemporánea estuviera asociada a la austeridad. Lo cual demuestra que la austeridad no puede ser definida como la mortificación de los sentidos y el espíritu. Hay algo que está mal en esa definición.

Acaso -hermosa palabra la palabra "acaso"- debamos redefinir el concepto y entender a la austeridad como algo distinto de la mortificación y la penitencia, porque en rigor de verdad la austeridad previene el sufrimiento, no lo causa. Para la Real Academia Española la austeridad es la "mortificación de los sentidos y pasiones", dándole a la expresión "austero, ra", entre otros significados similares a lo antes mencionado, el siguiente:  "Sobrio, morigerado, sin excesos. En esa época, llevaba una vida austera, sin lujos".

Imaginemos por un momento -sé que es muy difícil- que durante el último medio siglo Argentina, como escuchando aquel llamado de Ortega y Gasset para dedicarnos a las cosas, se hubiera conducido de modo sobrio, morigerado, sin excesos, sin lujos, sin gastar a cuenta de la riqueza futura... Sería otro país, seguramente menos frustrado por la ilusión de un potencial desmesurado, pero al mismo tiempo más cercano a ese potencial, prolijo en todos los órdenes, previsible en el buen sentido de ser confiable y, como consecuencia de ello, consciente de su propia identidad. Una República consolidada para el desarrollo de una Nación saludable. Y un país austero, salvo algún cataclismo, no tiene necesidad de prometer penitencia siguiendo reglas de conductas establecidas por otros al mendigar por su subsistencia. La austeridad evita esa mortificación preservando la dignidad y la autoestima, en las naciones y en las personas.

Por supuesto, cuando una persona o un país no sabe conducirse y se envicia de prodigalidad, la rehabilitación es un proceso traumático que se percibe como una penitencia mortificante para los sentidos y el espíritu. Y hasta aquí sólo hablo de austeridad independientemente de la decencia o la deshonestidad del pródigo. Porque al introducir el concepto "decencia" cabe un tajante distingo entre quien dilapida su patrimonio personal y quien dilapida patrimonio público. Sólo puede aceptarse un proceder negligente pero decente en el primer caso, nunca en el marco de una República. El despilfarro de lo público bajo la excusa del "Estado presente", inflado, excedido de atribuciones y carente de funcionalidad, es decididamente un proceder delictivo. Una estafa sobre la ilusión del realismo mágico.

La austeridad republicana, siendo un valor que surge por oposición al ornamento y fastuosidad que son propios de la monarquía, conlleva un sentido práctico y simple de la vida. Por ello nada resulta menos republicano y contrario a la austeridad que el extremo de lo faraónico, desde la repulsa conceptual en los términos y con sus -hoy- extemporáneas implicancias de colectivismo esclavista. (Como he dicho muchas veces, por cuestiones mucho más cercanas en el tiempo: "La historia no se descuelga, se asume", por ende no se interprete ninguna palabra de este artículo como un juicio de valor negativo sobre las formas de organización social que, en la antigüedad, se dio la humanidad; sino en todo caso un elogio a  la evolución sucesiva que permitió alcanzar escalones de democracia republicana y liberal).

Lamentablemente, Argentina, que en su excepcionalidad logró ser una República bananera sin bananas, también encontró el modo extravagante de despilfarrar ahorro y crédito al estilo faraónico sin pirámides, ni ninguna otra obra que vaya a perdurar miles de años. Nuestras pirámides son obra no hecha y papeles de una deuda que ya nos espantaba en 1983, cuando quisimos suponer sería exclusivamente obra indecorosa de la vieja dictadura, pero que no menos indecorosamente hemos ido aumentando, gobierno tras gobierno, a lo largo del fallido experimento democrático iniciado entonces.

Y hoy estamos donde estamos. Tal cual y como estamos. Sería tan ocioso puntualizar aquí el diagnóstico, como vana la esperanza del sentido común imponiéndose por sí. La inercia negativa del país prefiere y seguirá prefiriendo, como cualquier drogadicto enamorado del veneno, percibir el dulzor imaginario del placebo a la amargura cierta pero sanadora del remedio. Máxime cuando el remedio, cosa que sabemos todos incluyendo a los irresponsables que juegan al distraído proponiendo alquimias mágicas, es la austeridad: la temida "mortificación de los sentidos y el espíritu"; que no es tal.

La austeridad tiene que pasar a ser algo que forme parte de nuestro estilo de vida. No ya remedio, ni penitencia, sino convicción.

La imperiosa austeridad que se necesita debe hacer parecer hedonistas a los espartanos, pero tal vez el país haya perdido hasta la capacidad intelectual de advertir que en ese esfuerzo va la posibilidad de alejarnos del sufrimiento; porque, además, no se puede ser austero desde la idiotez. La austeridad exige inteligencia, en todas las acepciones de la palabra. No hay forma de ser austero sin proyectar una situación futura en términos ideales y arbitrar el mejor uso de los siempre escasos recursos para llegar a ella. La inteligencia, al igual que la austeridad, es más que un don una práctica virtuosa.

Ensayo pues una nueva definición.

AUSTERIDAD: Calidad de austero, criterioso. Cuidado de los sentidos y el espíritu. Valoración de lo esencial por sobre lo ornamental. Apego a la simpleza de la vida. Capacidad previsora para evitar complicaciones innecesarias. Moderación. Inteligencia. Camino de felicidad.

AUSTERIDAD REPUBLICANA: Decencia. Respeto por la calidad de vida y patrimonio de las futuras generaciones.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López



 




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