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lunes, 11 de enero de 2021

"TOCAR TIMBRE PARA ESPIAR"


Hace unos días compartiendo cena con dos grandes amigos charlábamos de todo un poco, mitad en serio mitad en broma, disfrutando además de la compañía los sabores de la parrilla y la amplitud del jardín. 

En determinado momento se hizo alusión festiva e irónica a la popular expresión "tocar timbre para espiar", lo que al pasar de las risas me llevó a decir que esa frase, como tantas otras tienen que ir siempre entre comillas, porque a veces, efectivamente, se toca timbre para espiar y otras veces, se toca timbre porque espiar sería una pérdida de tiempo y otros recursos. Como casi todo, la oportunidad de tocar timbre depende de las circunstancias. 


Ilustré el punto con una anécdota de finales del siglo pasado, cuando un joven analista de Inteligencia de la SIDE intentaba discernir con precisión lo que ocurriría en determinado evento. 

Como tantas veces la información reunida no era concluyente, los indicios no lograban dar peso a una probabilidad de las posibles y el tiempo se agotaba. 

Redactó el analista entonces una orden de nuevos requerimientos para el área de Reunión y le pareció que todo aquello además de ser demasiado oneroso y complejo no iba a garantizar conocimiento certero. 

Así que en lugar de dar curso a la orden de requerimiento planteó la situación a su superior inmediato y propuso ir directamente a entrevistar al "causante", explicarle la razón de Estado para conocer lo que tenía pensado hacer e informar al gobierno. 

La primera respuesta fue negativa, porque el perfil del individuo en cuestión era francamente conflictivo, lo que hacía posible y probable que utilizara la frontalidad de la consulta para "quemar al servicio", denunciar persecución y sacar rédito de la "torpeza operativa" de ir a tocarle timbre.

Por supuesto eso era así, podía pasar. Pero el joven analista confiaba en que aquel sujeto, no a pesar de su pasado sino por ese mismo pasado, entendería la cuestión y aceptaría clarificar su posición. 

Discutió con su jefe lo suficiente como para que accediera a llevar el asunto a la siguiente instancia jerárquica. Luego le dieron su credencial de calle, la que lo acreditaba como agente SIDE, pero con aclaración incluida que debía saber que iba a obrar bajo su propia cuenta y riesgo. Si aquello salía mal, en cualquier forma, el servicio no iba a respaldarlo. Algo usual. Aceptó, como tantas otras veces que así fuera. 

Al día siguiente, muy temprano, vestido de traje oscuro y corbata, peinado a la gomina y con anteojos negros, como todo un cliché del servicio, se presentó en el domicilio particular del causante, exhibió su credencial al presentarse y recién se quitó las lentes cuando el otro, que desayunaba antes de ir a sus oficinas, lo invitó a pasar. 

Hablaron en la cocina. El joven casi se distrae por pensar que, de no ser tan joven, en los años de plomo le hubiera gustado meterle un balazo al otro. Pero el enemigo de entonces le estaba sirviendo un café en su cocina, casi sin inmutarse; y ese rasgo de frialdad y control, de profesionalismo, le agradó. De algún modo preveía que iba a ser así. Al fin de cuentas, salvando distancias en años, bandos y jerarquías, eran colegas. 

Expuso su planteo ante la atenta escucha del otro y bebió tres tazas de café oyendo luego las respuestas a sus inquietudes. 

Se dieron la mano al despedirse. Un fuerte apretón y en la mirada del otro una evidente aprobación.  

La información fue certera, no hubo filtraciones de ningún lado y no se volvieron a ver hasta varios años después. Coincidieron en la presentación de un libro y el autor resultó ser un amigo en común.
 
- Gusto en conocerlo. 
- El gusto es mío. 


Se dijeron entonces. 


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha, 
un liberal que no habla de economía.

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