La pus causa asco desde su propia definición como esa viscosidad que secreta el cuerpo producto de alguna infección. Hay en la naturaleza repulsiva de la pus una apelación al instinto de supervivencia, ya que con esa desagradable anomalía el organismo expone su enfermedad y por ende la necesidad de cura. Desatender esa advertencia puede acarrear padecimientos más allá de lo repugnante.
El párrafo que inicia esta nota, bien podría ser el comienzo de un cuento de terror sobre alguien que, por ignorar una pequeña supuración de pus y negándose a todo tratamiento comienza a transformarse en una criatura horrible, haciendo incomprensibles esfuerzos por ocultar bajo las ropas los derrames de su pestilencia. Podría ser alguien como Al Capone, que murió de sífilis por miedo a las agujas hipodérmicas, o podría ser una alegoría de la Nación Argentina.
Ahora bien, dejando la literatura sobre lo horroroso para los amantes de Stephen King, sería seguramente largo y posiblemente vano intentar dilucidar en qué momento de su historia la Nación Argentina comenzó a supurar pus. Nunca fue un país gobernado por la santidad de los ángeles, sino por hombres de intereses y pasiones terrenales. por lo que ya antes de constituirse como República la Nación había examinado con sus propios dedos esa pegajosa inmundicia de la corrupción.
Podríamos sostener que más sano que enfermo, el cuerpo social de la Argentina conoció la pus y en alguna medida la toleró, con excusas varias, siempre y cuando mantuviera esa "medida"; porque excedida despertaba reacciones violentas, motines, revoluciones, golpes de Estado. Esas reacciones podían ser placebos y más de lo mismo, pero daban cuenta de una cierta necesidad moral de no ignorar la pus, de hacer algo frente a ella.
Así como sería difícil señalar la primera pus del país, es fácil ponerle fecha al momento en que la Argentina comenzó a ignorar la pus: 25 de Mayo del 2003. Y al día siguiente de la asunción de Néstor Kirchner, el tirano Fidel Castro, el mismo que comandó hordas de terroristas contra las libertades argentinas, daba un discurso en la Facultad de Derecho de la UBA. Sin que un francotirador hiciera justicia, sin que se alzaran voces indignadas por la pus discursiva del dictador. El país, escaldado por la crisis del 2001, mansa y cobardemente se entregaba a los mismos enemigos que en los años de plomo había vencido por las armas. Otra vez disfrazados de peronistas estaban en el gobierno con un plan de corrupción estructural que exigía, como requisito indispensable, falsear la historia desde una elaborada desmemoria colectiva.
Vivimos entonces la pesadilla de Orwell aceptando que la pus era sopa y que los terroristas eran víctimas por las que los argentinos debíamos sentir culpa, y pagar. "Roban pero encarcelan", supo definir Jorge Asís la dinámica de ese proceso que significó, además de presos políticos que hoy siguen presos, profundizar el daño institucional, la degradación cultural y hasta la merma intelectual de los argentinos, con el único fin de aunar la suma del poder público. Subvertidos los valores, la propia muerte de Néstor Kirchner sirvió para consolidar al régimen en la figura de Cristina Fernández. Entonces, stalinistas como Diana Conti se sacaban el disfraz peronista bregando por una "Cristina eterna"; la pus de corrupción y totalitarismo chorreaba en los discursos por cadena nacional y la impunidad creciente tornaba desprolijos los métodos del saqueo. La estafa se hizo notar para muchos cuando, además de al parricida, vieron que las madres de los terroristas eran un montón de chorras lucrando con las viviendas de los pobres.
Al fin, una parte de la Argentina comenzó a sentir que la sopa en tanto tenía aroma a pus, consistencia de pus y apariencia de pus, como dejaba en el paladar gusto a pus no podía ser otra cosa más que pus, por lo que con la consiguiente y fenomenal arcada se recuperó parte -no toda- de la memoria republicana.
La Argentina, desde su tardía reacción republicana hasta ahora va entendiendo que la inmunda secreción largamente ignorada hizo que la ropa se pegara al cuero, por lo que todo lo que se descubre desgaja piel y deja correr borbotones de pus sobre la carne viva y dolorida. Desde luego, todavía hay quienes quieren seguir creyendo que la pus es sopa; o flan.
El mismo gobierno votado en el 2015, se negó a creer que la pus era pus. Mauricio Macri creyó que la enfermedad era tan superficial como para ponerse a bailar ni bien recibió el bastón de mando y, todavía hoy, no cobra conciencia que hay que ir decidido con el bisturí hasta la médula para extirpar el foco infeccioso, ni la centralidad que tiene en esto la batalla cultural contra la dominación marxista.
Cualquier país habitado por personas sin conciencia cívica se expone a oscilar entre la demagogia, la anarquía y la dictadura. La envilecida Argentina a la que en su década infame del régimen K le impuso la selectividad comunista de la memoria y el olvido, es prueba de ello. Porque al perder la racionalidad de pensar al país desde su Constitución Nacional la idea de Patria se vuelve difusa y la democracia como la República son palabras que pierden significado hasta quedar huecas.
Desde hace años Argentina discute sus problemas sin resolverlos, acumulando pus para las próximas generaciones. Mientras tanto obra como esas personas que buscan sus anteojos cuando los tienen en la mano. Porque el país fue pensado en 1853 y puesto en práctica por la Generación del 80: dejemos de buscar soluciones desde la alquimia mágica cuando a la Constitución Nacional la tenemos en la mano.
La principal cuestión que hoy enfrenta la Nación Argentina es de índole cultural: demasiada gente en su territorio que no desea vivir bajo la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, demasiada gente queriendo creer que la pus sigue siendo sopa.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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